“Que vivan los
estudiantes
que rugen como los vientos
cuando les meten al oído
sotanas o regimientos,
pajarillos libertarios
igual que los elementos.
Caramba y zamba la cosa,
que vivan los experimentos…”
-Mercedes Sosa
Habemus presidente. Y la referencia al cónclave papal no es menor.
La hago porque así pareciera que fue el proceso por el cual el Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación falló (ahí cada quien agregue su
interpretación del verbo) la semana pasada para resolver el resultado de la
elección presidencial. Los sacrosantos
magistrados (infalibles en moral, fe e interpretación del Derecho
Electoral) se reunieron a sopesar la
evidencia reunida y la documentación recabada sobre el caso que propugnaba la
invalidación de la elección presidencial. En el silencio de sus reflexiones y
después de largas horas de deliberación, determinaron con el más estricto apego
a Derecho que el ganador irrefutable es Enrique Peña Nieto. Ahora bien, lanzo
la siguiente pregunta: Si tuviéramos que hacer un cuadro sobre este episodio de
la historia de México, ¿qué estilo sería el que mejor lo representaría?
Sin duda alguna el surrealismo.
La prensa internacional (especialmente francesa y alemana) no lo puede creer.
¿Cómo es que un pueblo puede regresar al poder político al partido que tanto
daño le causó a su país durante tanto tiempo? Peor aún y esto lo digo yo, ¿cómo
se puede validar un proceso electoral tan podrido y nauseabundo como el vivido
el pasado julio? Validando una elección así lo único que se hace es
institucionalizar la corrupción rampante que se vive –y al parecer se seguirá
viviendo- en los procesos electorales mexicanos. Ya no importa por quién se
votó, sino cómo se voto y ese cómo no fue el de un ambiente ni de libertades ni
de secrecía. Bueno, ¡si hasta el mismo Presidente reconoció la compra y
coacción del voto en la elección de Michoacán en donde su hermana perdió la
gubernatura!
Con este apunte previo quiero decir: el Tribunal Federal no
falló, fallaron los magistrados.
Escribe Enrique Dusserl en La Jornada el día 2 de septiembre: “Todos los jueces acordaron como estrategia
argumentativa elegir un camino formalista y desechar todas las pruebas por no
ser acordes con la legislación vigente del debido proceso. Es decir, en verdad
material y real no juzgaron nada, sino que nulificaron todas las pruebas de las
acusaciones y ni entraron en materia.”
Hombres de carne y hueso que han
olvidado lo mucho que le ha costado a este país construir instituciones. El
derecho político a ser representado a través del voto en este país es una
vacilada. Mi voto no cuenta como traductor de preferencias, sino como simulador
de mayorías al servicio de una oligarquía política que ha instaurado al saqueo
y a la pauperización de la calidad de vida del mexicano promedio. Si las
instituciones no me responden y mi voto no tiene poder para hacerlas cambiar,
¿qué queda por hacer?
Según Norberto Bobbio, una de las promesas no
cumplidas de las democracias consolidadas modernas se resume con la siguiente
interrogante: ¿quién vigila a los vigilantes? Y más importante aún, ¿cómo se
vigila a los vigilantes? Esta es la cultura de la rendición de cuentas que no
ha germinado en México. Si bien ya contamos con el IFAI y su Ley de
Transparencia, aún falta mucho por recorrer para llegar a la verdadera
rendición de cuentas que se necesita. Y es fácil entender porqué. Durante 70
años en México la única forma de hacer política era o bien, estando dentro de
la estructura corporativista del Partido de Estado (arquetipo Fidel Velásquez)
o bien, en la clandestinidad oculto en la sierra de Guerrero armado hasta los
dientes (arquetipo Lucio Cabañas). En medio de este espectro nunca existió –ni
existe todavía- una sociedad civil que opere como contrapeso ciudadano con el
suficiente peso político para presionar las reformas necesarias sin recurrir a
hacer uso de la violencia.
Hoy, alinear los intereses de las
organizaciones civiles a las agendas de un Partido es un suicidio en términos
de construcción de democracia. Los partidos políticos mexicanos –todos por
igual- conforman una mafiocracia opaca
y corrupta que no ve por los intereses de nadie más que los de sus allegados (y
eso, a veces). Pensar optar por la vía violenta tampoco es una opción. La
violencia ya está instalada en todo el país y la tragedia, el dolor y la
barbarie no puede ser justificada en nombre de un bien abstracto e inmanente,
mucho menos en nombre de un programa político. Es hora de hacer las cosas
distintas. Es hora de hacer un experimento.
Aquí les va:
El programa de lucha debe
concentrarse en articular a la sociedad civil de la mejor manera para que ésta
pueda subir hasta la cúpula del poder –ya que ellos han decidido no bajar-,
encararlo y reclamar lo que por derecho es suyo: luminarias, drenaje, servicios
de salud, educación de calidad, espacios comunitarios, etc. En México suena a
ciencia ficción pero esto es lo que los países con democracias consolidadas
hacen ya como parte de su cultura cívica. La sociedad civil debe pasar a
entenderse como contralores que hagan efectivo los derechos a los que estamos
sujetos y no como simples simuladores de resistencia que sólo terminan por
alinearse a los intereses de los que, en teoría, estaban confrontando en un
primer momento.
Hoy, esa oportunidad la tenemos los estudiantes. Herederos
de una generación que no hizo lo suficiente por el país, los estudiantes de
este país debemos regresarle algo a nuestra Patria no como caridad sino como
responsabilidad histórica.
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