¿Quién es Casandra y por qué grita?
En la mitología griega Casandra fue hija de los reyes de Troya y sacerdotisa del templo de Apolo con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, la sacerdotisa rechazó el amor del dios. Éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: Casandra seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos.
Tiempo después, Casandra previó la caída de Troya y todo por lo que luchaba, pero le fue imposible prevenirlo: tal era la maldición de Apolo. Pese a su anuncio repetido e insistente de la inminente desgracia porvenir, ningún ciudadano ni sus propios padres dieron crédito a sus vaticinios.
jueves, 29 de diciembre de 2011
El Fetichismo de la Oposición
ABSTRACT
La Escuela de Fráncfort desarrollo sus más importantes contribuciones hacia la construcción de un proyecto social en dos claras etapas. La primera, que va de 1930 a 1937 y la segunda, que va de 1937 hasta 1955. Existe una tercera etapa, en donde dos de los más importantes exponentes de la Escuela, Herbert Marcuse y Theodor Adorno, realizan una producción literaria dedicada a realizar una crítica a la primera etapa. Es en esta tercera etapa en la que centraremos nuestro análisis. Una vez expuesto los planteamientos realizados por Adorno y Marcuse en esta tercera etapa, el contexto estará dado para introducir la relevancia del poder en la obra de Michel Foucault. Con él, pretendo demostrar cómo el poder gesta para sí formas de resistencia simuladas al interior de estructuras discursivas que cumplen la funcionalidad de cómplices más que de agentes de cambio. Esto es lo que llamo el fetichismo de la oposición.
Artículo publicado. Se reservan todos los derechos de autor.
En los años oscuros posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial Adorno y Marcuse, haciendo un recuento de lo que había perseguido la Escuela de Fráncfort –escuela de pensamiento a la que pertenecían- en un primer momento y observando la inconsistencia de la filosofía hegeliana para lograr alcanzar un proyecto social emancipador, decidieron romper con esta tradición. De seguir en la misma línea hegeliana, concluyeron, los accidentes, las perversiones, la barbarie y todo el sufrimiento que esto conlleva terminarían por comprenderse e incluso perdonarse al llegar ser parte del irrevocable plan de superación por el cual la historia atraviesa hasta llegar a su fin: la síntesis del espíritu absoluto a través del tiempo. Todas las tragedias podrían disculparse al ser ellas parte del peaje que estaríamos dispuestos a pagar para llegar a esta síntesis final. Adorno y Marcuse entonces decretaron que, o si bien no existe esta síntesis final, o bien ya llegamos a ella y la reconciliación no fue absoluta. Es así como nuestros dos filósofos sufrieron un profundo desencanto de las teorías marxistas y hegelianas –utilizadas en un primer momento como herramienta metodológica- que profetizaban un devenir histórico en el tiempo preestablecido por considerarlo perverso.
Si bien, en un primer momento era necesario reflexionar desde la totalidad absoluta para no enfrascarnos en un momento relativo (tal y como el positivismo hacía con su culto desmedido a los “hechos” y de quien buscaban desesperadamente desmarcarse), esto resulto ser una ficción nada inocente al servicio de los intereses hegemónicos. El determinismo teleológico hegeliano haría de todos los errores y las tragedias eventos ineludibles e incluso necesarios para alcanzar la utopía ideal.
“La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder fundamentarla.” [2]
Así comenzaba Adorno la conferencia La Educación después de Auschwitz la cual fue emitida a través de la Radio Hesse el 18 de abril de 1966. Es Auschwitz la forma más degradada de pensamiento positivo; es el exterminio políticamente racional; es la clase de mal que no tiene sentido –absurdo y sin razón de ser- y es eso lo que más indignó y aterrorizó a Adorno. Esto, a la luz del viejo presupuesto metodológico hegeliano, no puede justificarse ni interpretarse invocando a la metafísica. El mal banal de Arendt, ese sin sentido y carente de razón puede ser rechazado y descartado sin razón también. El horror absurdo se puede negar sin razones.
“Lo urgente y necesario es lo que en otra ocasión he llamado, en este sentido, el viraje al sujeto. Hay que sacar a la luz los mecanismos que hacen a los seres humanos capaces de tales atrocidades; hay que mostrárselas a ellos mismos y hay que tratar de impedir que vuelvan a ser de este modo, a la vez que se despierta una conciencia general sobre tales mecanismos”.[3]
Hasta ese momento, toda la tradición humanista se ha alimentado de una lógica de teodicea –aquél proyecto filosófico que pretende conciliar la existencia del Mal con Dios (o el Bien Absoluto)- y lo único que ha logrado son metáforas de un orden social en donde se objetiviza la subjetividad: se piensa el “yo” sin atributos, sin componentes humanos. Adorno y Marcuse dedicaran su producción literaria a denunciar la complacencia con lo dado del positivismo más cruento y la imperativa necesidad de radicalizar la capacidad crítica de la negación. La dialéctica hegeliana, al negar la negación –diría Adorno[4]- acaba por terminar afirmando, siendo esto contrario al progreso y a la superación constante que suponía ser dicha lógica. El pensamiento debe reflexionar sobre sí mismo y evitar ser cómplice de la positividad y de las metafísicas encubiertas de negatividad -hemos dicho nada inocentes- que terminan afianzando al statu quo.
Pensar que Occidente era el más ilustrado, el más emancipado y el que mejor estaba siendo partícipe de una utopía idealizada en el pensamiento no fue más que una vil mentira pues fue precisamente en Occidente en donde surgieron Auschwitz y la bomba atómica. Es muy claro para los integrantes en esta etapa de la Escuela de Fráncfort que lo horrores cometidos en nombre de la racionalidad, no están originados en un mal uso de la misma, sino que es la esencia tal cual revelada de la racionalidad la que provocó tales atrocidades. La voluntad para dominar la naturaleza fracasó rotundamente. Representar conceptualmente la realidad dejando fuera todo lo que no se puede racionalizar no es más que una selección falsa y arbitraria. Lo real nunca se agota en la representación de lo real mismo. En cambio, la tendencia habitual es que aquello que no se deje atrapar en el concepto, o en la forma que se espera que aquello sea, será marginado, excluido y segregado. Lo distinto siempre será algo divergente. Lo que se presente como distinto y no sea marginado, excluido y segregado es porque es partícipe de la dialéctica positiva que simula negar la negación y termina afirmando los hechos. Éstas son las válvulas de escape que el pensamiento único permite y utiliza para refrendar y legitimar su poder. En este momento es Adorno el que hace un llamado a mirar hacia lo que queda fuera del concepto, de la representación, lo marginado, lo diferente, lo que no ha sido pensado y romper la construcción hegemónica artificial de la realidad, toda esta realizada en nombre de una racionalidad supuestamente ilustrada.
Marcuse señalará que la sociedad capitalista es el máximo modelo de sociedad tecnologizada, automatizada y dominada[5]. Los mecanismos de dominación que se desarrollan al interior son tan complejos que nunca se previeron posibles y revelarlos es igualmente difícil. Se ha neutralizado toda forma de subversión a través de prácticas sutiles de dominación: el pensamiento está condicionado por prácticas sociales que hace que el individuo quiera lo que el sistema quiere que quiera, sin necesidad de coacción exterior. La libertad es el principal instrumento de dominación, pues aunque la amplitud de opciones posibles para la sociedad es cada vez mayor, es el sistema el que fija qué es exactamente lo que puede ser escogido. Es decir, si existen 101 distintas maneras de dominio, habrá a su vez 101 diferentes tipos de amo. El sistema acepta las formas de disidencia que “cuestionan afirmando” a sistema: esto no elimina el dominio, ni tampoco elimina al esclavo. Una oposición que figura en un sistema democrático (tomando por supuesto inicial que es el modelo de organización social más apto para el desarrollo pleno de las potencialidades del hombre) de esta manera es falsa y cómplice. Este es el fetichismo de la oposición.
Es Michel Foucault quien arremete, años después, contra el humanismo racionalista .El humanismo lo que ha generado es un conjunto de discursos mediante los cuales se le dice al hombre occidental: “si bien tú no ejerces el poder, puedes llegar a ser soberano cuanto más renuncies a ejercer ese poder y te sometas.” El propósito de Foucault es emprender una lucha filosófica-cultural que tenga como tarea la de deconstruir la supuesta soberanía del sujeto revelándolo como tal: un ser sujetado a cadenas y prohibiciones culturalmente aceptadas. Los tabúes sexuales, la droga y sus inhibiciones, la idea atomizante de la acción comunitaria, por citar unos ejemplos, son algunas de las cadenas que operan por detrás del hombre que lo mantienen sujetado a una manera de ser. Para Foucault, el ser humano es un ser constituido y no constituyente. Es por eso que debemos analizar las relaciones de poder que hacen al ser humano lo que es. Estas relaciones de poder se expresan en discursos y en saberes desde los cuales se desarrolla la génesis del sujeto, a imagen y semejanza de lo impuesto por estos discursos. Existen mecanismos de construcción discursiva del sujeto que progresivamente disciplina al ser bajo la autoridad de la ciencia, la moral, la ley o de las prácticas psicológicas.
“Y la institución responde: “No hay porque tener miedo de empezar; todos estamos aquí para mostrarte que el discurso está en el orden de las leyes, que desde hace mucho tiempo se vela por su aparición; que se le ha preparado un lugar que le honra pero que le desarma, y que, si consigue algún poder, es de nosotros y únicamente de nosotros de quien lo obtiene.””[6]
El “poder” se impone pero a la vez facilita y posibilita la realización de proyectos, ¡por eso es tan seductor! El humanismo, como proyecto emancipador, lo único que logró hacer es normalizar al sujeto dentro de relación de saber-poder las cuales generan disciplinas que dominan y son dominadas. La idea de un hombre o de una esencia de hombre es un concepto que sirve para disciplinar, dominar y controlar al individuo.
Sólo comprendiendo qué es el poder es como podremos resistirlo. Es comúnmente asociada la idea del poder al Estado, a las leyes, las instituciones gubernamentales o a las oligarquías que detentan estas instituciones. El error está pensar que estos elementos son causa y origen del poder y no efectos de una práctica discursiva que opera por detrás. Foucault nos ofrece una extraordinaria aproximación a la forma de operar de él poder dentro de una sociedad. Dice que:
“(…) El estudio de esta microfísica supone que el poder que en ella se ejerce no se conviva como una propiedad, sino como una estrategia, que sus efectos de dominación no sean atribuidos a una “apropiación”, sino a disposiciones, a maniobras, a tácticas, a técnicas, a funcionamientos; que se descifre en él una red de relaciones siempre tensas, siempre en actividad, más que un privilegio que se podría detentar; que se le dé como modelo de batalla perpetua más que el de contrato que opera un traspaso o la conquista que se apodera de un territorio.[7]”
Los discursos son impersonales, sin paternidad y anónimos. Están revestidos así de un aura de autoridad mucho más potente y sutil. Estas relaciones o prácticas del poder dan como resultado un discurso de clausura, de exclusión, de afirmación o de silencio que fungen como método de disciplinamiento.
“En una sociedad como la nuestra son bien conocidos los procedimientos de exclusión. El más evidente, y el más familiar también, es lo prohibido. Una sabe que no tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera en fin, no puede hablar de cualquier cosa. Tabú del objeto, ritual de la circunstancia, derecho de exclusión o privilegiado del sujeto que habla: he ahí el juego de tres tipos de prohibiciones que se cruzan, se refuerzan o se compensan, formando una compleja malla que no cesa de modificarse. “[8]
El sujeto es constituido ocupando múltiples posiciones discursivas y estructurales. El individuo no está exento, en ningún momento, de ejercer y de padecer relaciones de poder. Esto se da en las relaciones impersonales generadas al interior de nodos discursivos (legales, médicos, sociales, psicológicos, culturales, jurídicos, etc.). El poder no está en una institución, ni en una estructura y ni tampoco es una facultad. Lo que sí puede ser es una situación estratégica compleja al interior de un nodo discursivo que goza de intencionalidad y persigue objetivos. Es menester revelar los diagramas anónimos de poder que muestran la lógica de campos sociales y discursivos para poder hacerles frente. La psiquiatría, la medicina o la educación son campos de la sociedad que participan en un diagrama anónimo de poder que sin duda alguna goza de intencionalidad y persigue objetivos muy claros. El poder no da lugar a ideologías, pues estas serían fáciles de desmembrar, sino a saberes y verdades que se consolidan como inamovibles.
“Una proposición debe cumplir complejas y graves exigencias para poder pertenecer al conjunto de una disciplina; antes de poder ser llamada verdadera o falsa, debe estar, como diría Canguilhen, “en la verdad”“[9]
A manera de ejemplo, Foucault utiliza uno muy claro para ilustrar la anterior cita. Dice Foucault, sobre Mendel (el botánico del siglo XIX) que él
“hablaba de objetos, empleaba métodos, se situaba en un horizonte teórico, que eran extraños para la biología de la época. (…) Mendel decía la verdad, pero no estaba en la verdad del discurso biológico de su época: no estaba según la regla que se formaban de los objetos y de los conceptos biológicos, fue necesario todo un cambio de escala, el despliegue de un nuevo plan de objetos en la biología para que Mendel entrase en la verdad y para que sus proposiciones apareciesen entonces (en buena parte) exactas.”[10]
Definiendo cómo se desenvuelve el poder, la “protesta” se nos revela únicamente como la otra cara del poder que sirve como punto de soporte para justificar su existencia. Esto se da a partir del engaño del que somos parte al pensar que el deseo que perseguimos no está mediado por nada ni por nadie. Participando en una “protesta” de este tipo, no estamos haciendo otra cosa más que alimentar la misma estructura de poder que, en teoría, buscamos cambiar. Hacer esto, sin importar si se hace consciente o inconscientemente, es alimentar una oposición que termina por fetichizarse y volverse el “agente de cambio que se necesita para que todo siga igual.”
“Por más que en apariencia el discurso sea poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre él revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el deseo y con el poder. Y esto no tiene nada de extraño, pues el discurso no es simplemente lo que manifiesta (o encubre) el deseo; es también el objeto del deseo; pues el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse.”
El discurso se vuelve el objeto mismo del deseo. Es aquel poder del que uno quiere adueñarse. El fetichismo de la oposición se da cuando al reconocer un campo de autoridad hegemónico, la oposición se asume como la única que tiene –y merece- el reconocimiento por parte de ese campo de autoridad. Es decir, la oposición se asume como un esclavo “indignado” frente al amo “autorizado” que (por utilizar términos hegelianos) se encuentran en una tensión constante por reconocimiento mutuo. Ninguna de las dos partes puede anular a la otra sin anular su misma identidad. Es por eso que la oposición no puede –ni pretende- cambiar el campo de autoridad al que se está oponiendo porque entonces, en ese momento, anularía la fuente de su identidad misma. El campo de autoridad, en cambio, no eliminara a esa oposición porque esta le sirve de punto de apoyo y sostén para legitimarse. La oposición que opera bajo las coordenadas que son impuestas por la autoridad a la que se opone es una oposición fetichizada y pierde todo carácter emancipador.
“Siempre puede decirse la verdad en el espacio de una exterioridad salvaje; pero no se está en la verdad más que obedeciendo a las reglas de una “policía” discursiva que se debe reactivar en cada uno de sus discursos. La disciplina es un principio de control de la producción del discurso. Ella le fija sus límites por el juego de una identidad que tiene la forma de una reactualización permanente de las reglas.”[11]
Lo interesante y perverso de esta situación es que es la misma oposición (fetichizada, por supuesto) la que se vuelve esta “policía”, determinando qué sí y qué no puede ser considerada una “legítima” oposición jugando como cómplice del poder. De esta manera es como la resistencia termina siendo un instrumento más dentro de los nodos discursivos del poder hegemónico. La oposición fetichizada no puede permitir que exista otro tipo de oposición que comprometa a la estructura del campo de autoridad que la está reconociendo y validado como tal. La exclusión y el dominio ya no se dan únicamente por parte del discurso de poder hegemónico, sino también de la oposición fetichizada que se reafirma como tal gracias a ese discurso de poder. La oposición fetichizada negará y bloqueará cualquier intento de resistencia al discurso de poder hegemónico que no utilice las “vías institucionales”, “pacíficas” y “consensadas” que ella misma utiliza. Estas vías están condicionadas por una práctica discursiva hegemónica que utiliza este tipo de resistencia fetichizada como una prueba de su “inclusión” de todas las fuerzas opositoras para reafirmar su “respeto y promoción del disenso” siempre dentro del marco de la “legalidad y las instituciones”.
Ejemplo de esto están las asociaciones civiles que utilizan para sí un discurso único y excluyente sobre algún asunto público asumiéndose las únicas merecedoras de cargar dicho discurso y nadie más. Lo que hacen, además de fetichizar la oposición, es secuestrar una causa social para la autocomplacencia de sus miembros sin realmente hacer nada para cambiar aquello de lo que tanto denuncian estar en contra.
¿Por qué? ¿Qué esta por detrás? ¿Es posible no caer en el fetichismo de la oposición? Foucault nos ofrece una explicación al porqué de este fenómeno.
“Bajo esta aparente veneración del discurso, bajo esta aparente logofilia, se oculta una especie de temor (…) contra esos acontecimientos, contra esa masa de cosas dichas, contra la aparición de todos esos enunciados, contra todo lo que puede haber allí de violento, de discontinuo, de batallador, y también de desorden y de peligro, contra ese gran murmullo incesante y desordenado del discurso.“ [12] (Las negritas son mías)
Esto nos remite a nuestro primer planteamiento teórico con la Escuela de Fráncfort. La necesidad de que exista un pensamiento único totalizante que ofrezca una explicación causal a todo fenómeno. De lo contrario este fenómeno es excluido y negado en su esencia por el discurso que defiende este pensamiento único. La verdadera protesta, aquella que recoge la indignación social y la traduce en un programa de acción original es tachada y desestimada por el poder.
La oposición que existe entre razón y locura resulta ser muy ilustrativa en este caso. Usando la exposición que Foucault utiliza, haré un apunte que me parece muy importante.
“Pienso en la oposición entre razón y locura. Desde la más alejada Edad media, el loco es aquel cuyo discurso no puede circular como el de los otros: llega a suceder que su palabra es considerada nula y sin valor, que no contiene ni verdad ni importancia, que no puede testimoniar ante la justicia, no puede autentificar una partida o un contrato, o no siquiera, en el sacrificio de la misa, permite la transubstanciación y hacer del pan un cuerpo; en cambio suele ocurrir también que se le confiere, opuestamente a cualquier otra persona, extraños poderes como el de enunciar una verdad oculta, el de predecir el porvenir, el de ver en si plena ingenuidad lo que la sabiduría de los otros no puede percibir.“[13]
El juego de equilibrio que hay entre la oposición fetichizada y el poder participa en una dinámica muy similar a la descrita anteriormente. La oposición fetichizada es aquel loco que es reconocido como tal por la razón, o la autoridad discursiva a la que se opone. Ser loco no nada más es una imposición, sino una condición de posibilidad para hacer muchas cosas, siempre y cuando se mantenga dentro de los parámetros de verdad que lo definen como tal. La oposición fetichizada no nada más está bajo la imposición de una autoridad que la diferencia, sino también bajo un discurso que la posibilita la cual defenderá contra cualquier otra oposición que busque negar o cambiar la fuente de su identidad. La complicidad entre la estructura de autoridad y la práctica discursiva con este tipo de oposición da como resultado un sostén sólido y un aura de legitimidad al poder y quien lo detenta.
El ser humano es un polo activo capaz de constituirse a través de las grietas que el análisis del poder ha dejado. Para realizar un proyecto emancipador primero hay que entender la naturaleza del dominio. Foucault concluye que existe un método para evitar caer en lo que yo llamo el fetichismo de la oposición. Me parece importante concluir con una propuesta, una vía de acción que nos ayude a encaminar un proyecto verdaderamente emancipador, y no uno que termine por ser cómplice de la positividad, es decir, fetichizado. Para terminar, la muy extensa pero igualmente valiosa cita de Foucault sobre su método:
“Se pueden señalar enseguida ciertas exigencias de método que traen consigo:
· En primer lugar, un principio de trastocamiento: allí donde, según la tradición, se cree reconocer la fuente de los discursos, el principio de su abundancia y de su continuidad, en esas figuras que parecen representar a una función positiva, como la del autor, la disciplina, la voluntad de verdad, se hace necesario, antes que nada, reconocer el juego negativo de un corte y de una rarefacción del discurso.
· Un principio de discontinuidad: que existan sistemas de rarefacción no quiere decir que, por debajo de ellos, más allá de ellos, hubiera de reinar un gran discurso ilimitado, continuo y silencioso, que se hallara, debido a ellos, reprimido o rechazado, y que tuviésemos el trabajo de levantar restituyéndole finalmente el habla. (…) Los discursos deben ser tratados como prácticas discontinuas que se cruzan, a veces se yuxtaponen, pero que también se ignoran o se excluyen.
· Un principio de especificidad: no resolver el discurso en un juego de significaciones previas, no imaginarse que el mundo vuelve hacia nosotros una cara legible que no tendríamos más que descifrar; él no es cómplice de nuestro conocimiento; no hay providencia prediscursiva que lo disponga a nuestro favor. Es necesario concebir el discurso como una violencia que se ejerce sobre las cosas, en todo caso como una práctica que les imponemos; es en esta práctica donde los acontecimientos del discurso encuentran el principio de su regularidad.
· Cuarta regla, la de exterioridad: no ir del discurso hacia su núcleo interior y oculto, hacia el corazón de un pensamiento o de una significación que se manifestarían en él; sino a partir del discurso mismo, de su aparición y de su regularidad, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la serie aleatoria de esos acontecimientos y fija los límites. [14]
Concluyo así el diagnóstico de los movimientos sociales, políticos, académicos o de cualquier índole que incurren en el fetichismo de la oposición, para revelar la naturaleza de dominio que hay en una estructura de poder, la que sea.
Como conclusión, ningún proyecto social puede alcanzar la Verdad Absoluta puesto que esta no existe. Sólo existen justificaciones de una verdad que responde a las exigencias y necesidades de una sociedad determinada,. Al no haber parámetros fijos para determinar la verdad, lo más a lo que puede aspirar una interpretación de la misma es a ofrecer un discurso sugerente que resista las críticas de una audiencia bien calificada. El hombre es un chorro ininterrumpido de novedades.
La oposición debe nutrir el espacio de lo público con discursos sugerentes que hagan el suficiente eco como para cuestionar los argumentos que sostienen las verdades actuales o hegemónicas, puesto que ninguna Verdad es fija. Ninguna oposición debe considerarse la única calificada de implementar su verdad sobre las otras, por más útil, preparada, buena o mala que parezcan ser las demás. Es precisamente la coexistencia de muchas maneras de protestar la que nutre el camino de la institucionalidad de una democracia plena y funcional.
[2] Adorno, Theodor, La educación después de Auschwitz, Scribd http://www.scribd.com/doc/4004800/1967-Teodor-Adorno-La-educacion-despues-de-Auschwitz (acceso noviembre 29, 2010).
[3] Ibid.
[4] Tesis expuesta en su libro “Dialéctica Negativa” publicado en 1966
[5] Tesis expuesta en su libro “El hombre unidimensional” publicado en 1964
[6] Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2009, pg. 13
[7] Foucault, Michel, Vigilar y Castigar, México, Editorial Siglo XXI, 2010, pg. 36
[8] Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2009, pg. 14
[9] Ibid, pg. 36
[10] Ibid, pg. 37
[11] Ibid, pg. 38
[12] Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2009, pg. 50
[13] Ibid, pg. 16
[14] Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2009, pg. 52 y 53
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