¿Quién es Casandra y por qué grita?

En la mitología griega Casandra fue hija de los reyes de Troya y sacerdotisa del templo de Apolo con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, la sacerdotisa rechazó el amor del dios. Éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: Casandra seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos.

Tiempo después, Casandra previó la caída de Troya y todo por lo que luchaba, pero le fue imposible prevenirlo: tal era la maldición de Apolo. Pese a su anuncio repetido e insistente de la inminente desgracia porvenir, ningún ciudadano ni sus propios padres dieron crédito a sus vaticinios.

domingo, 2 de octubre de 2011

El “Estado Fuerte” de Calderón y el “Estado Eficaz” de Peña Nieto.

Las palabras repetidas una y otra vez pierden su significado. Mejor dicho, pierden la fuerza que una vez tuvieron para pasar a ser monótonas repeticiones de algo ya desgastado. Esto es lo que ha sucedido con el acartonado discurso del estereotipado político. El “progreso y la justicia social” de los políticos de vieja guardia (y de la no tan vieja) ya es hasta cómico. Se utiliza para retratar una exageración del sinsentido, de la vacuidad de contenido, de la falta de energía, de la incapacidad de hacer a una sociedad vibrar, estremecerse ante la pronunciación de las palabras.

Doy esta breve introducción para revelar las consecuencias prácticas que puede traer consigo el desgastar una palabra para hacerla pasar inadvertida por sobre todas las demás. La propaganda de este Gobierno Federal ha repetido hasta el cansancio que lo que se pretende alcanzar con toda la política pública –buena o mala- de este sexenio es “un México fuerte”. Porque un México sano –nos dicen- es un México fuerte; porque un México seguro es un México fuerte. En fin, el Estado debe ser fuerte. ¿Así como que “debe de” ser fuerte? ¿Cómo que qué entendemos por fuerte y cómo lo aplicas al Estado, sin sonar retórico? ¿Será?

No.

Lo que no nos hemos parado a preguntarnos los mexicanos y mexicanas de este país tan nuestro es el mensaje implícito que viene detrás de un concepto como “Estado fuerte”. No hemos visto cómo, dándonos un minuto para la reflexión, esta concepción de Estado está presente en muchas ramas de la administración pública. Esta conceptualización de lo que el Estado debe ser se refleja en el quehacer cotidiano. Es decir, el Gobierno va adelante sin un marco regulatorio de derechos que garanticen al individuo (razón de ser y fundamental para todo ordenamiento político, quisiera añadir) las mínimas condiciones para su pleno desarrollo como lo son la seguridad jurídica, salud de calidad o educación de alto nivel… porque lo que importa es la fortaleza del Estado, no la de sus individuos. ¡Y esto está presente en toda la propaganda del gobierno! No sería absurdo hilar esta retórica con la manera en la que se niega a reorientar una política de seguridad tan a todas luces ineficiente, o a desmantelar un sindicato tan parasitario como el de Petróleos Mexicanos o el de maestros. Intentar y fallar (como muy probablemente sería el caso debido a los alfileres institucionales con los que se sostiene este país y a la falta de colmillos en los órganos regulatorios y de auditoría) haría parecer débil al Estado. Incluso, pensar en que este slogan de gobierno se da en uno cuya legitimidad de origen es tan cuestionada nos hace pensar que, en efecto, todo está relacionado. El Estado es fuerte, por lo tanto, el titular del Ejecutivo Federal y de paso los poderes Legislativo y Judicial también lo son. Los objetivos de esta administración no son la justicia social, la economía competitiva de mercado, las garantías jurídicas universales… no. Un México fuerte es lo que se necesita. Lo que sea que eso signifique, pero que a su vez, nos revela tanto sobre la manera de hacer política de este Gobierno. 

Caso similar sucede con el “Estado eficaz” de Enrique Peña Nieto. Lo que se busca es un Estado eficaz, es decir, un Estado que cumpla con objetivos planteados. No se dice más. No se busca la eficiencia, es decir, cumplir con objetivos planteados al menor costo posible. Tampoco se dice –ya si no se va a ser eficiente- cómo es que se van a cumplir las cosas, eso queda al aire. Sé que puede parecer forzado y hasta sesgado mi hilo conductor pero… piensen un momento sobre el pasado histórico del PRI. Las cosas pasaban, en efecto. Sí había muchas cosas en muchas áreas de la administración pública: política exterior, salud, educación, economía. Nunca era parte del plan inicial detallar el cómo, sino el cuándo y el quién. No importaba más. El “Estado eficaz”, el Estado que cumple sin importar el costo y sin importar cómo es una de las realidades más aterradoras. Hablar de eficacia reduce los estándares de calidad esperados de una política pública seria ya que con tal de que suceda, el Estado está cumpliendo con su papel. En el campo, con que todos tengan su parcela de tierra (esta idea tan enraizada de que la cobertura universal dice algo sobre la calidad del servicio. Véase Seguro Popular y Secretaría de Educación Pública) o en seguridad, con tal de que no haya muertos, el Estado está cumpliendo. Si se hizo o deshizo conforme a la ley en los libros o a la ley en acción –esa que se da en “lo oscurito”- para alcanzar el objetivo, eso ya no está dentro de la oferta. Si se cumple, sin importar cómo, se cumple.

Entiendo que la propaganda no puede ser de otra manera que no sea llamativa, atractiva, que mueva a la masa general y que sea corta y apelativa. Pero también es interesante analizar cómo frases de propaganda pueden decir en tan pocas palabras tanto sobre la concepción de lo político y de lo social de quiénes la utilizan. La crítica en una situación crítica es el camino correcto superar y trascender  nuestro tan lamentable statu quo. Démonos un momento para reflexionar –pero reflexionar en serio- sobre la oferta electoral que vamos a recibir a partir de finales de este año. No nos dejemos llevar por la inercia y señalemos a alguien como corrupto o visionario sin tener los argumentos suficientes para sostener nuestro personal punto de vista. No es cuestión de fe, sino de responsabilidades. Cada quién debe hacer lo que le corresponde. A nosotros nos corresponde elegir responsablemente y a ellos, los políticos, estar a la altura de nuestra crítica.
Ni el “Estado fuerte” (paradigma tan superado por las democracias avanzadas) ni el “Estado eficaz” (paradigma tan enraizado en la idea de que con el viejo régimen se estaba mejor, sin importar el cómo) son la solución a nuestros problemas. Es hora de empezar a señalarlos con nombre y apellido.

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