Situaciones que sirven de ejemplo para ilustrar cómo se pretende alinear la economía a intereses políticos son: permitir o no el ingreso de capital privado (extranjero y nacional) en Petróleos Mexicanos –tal y como lo propuso Enrique Peña en el G8- para “modernizar” pero no desprender al sindicato petrolero que actúa como parásito o dotar de autonomía fiscal a la paraestatal; recortar el gasto público en seguridad social, seguros de desempleo y a madres solteras para “ajustar cuentas” pero no en gasto corriente, como sueldos y prestaciones a funcionarios públicos ni a partidos políticos; o aumentar la base gravable en México al aplicar IVA sobre alimentos y medicinas así como aumentar el porcentaje de dicho impuesto en demás bienes para “recaudar más y mejor” sin implementar el mecanismo de representación mínimo indispensable (reelección con listas abiertas) que asegure su uso democrático y transparente. Lo económico, por lo tanto, se construye como un discurso ideológico alineado a específicos intereses políticos, se hagan explícito o no. Como bien dice el dicho: “Los números no mienten, pero se puede mentir con los números”.
¿Quién es Casandra y por qué grita?
En la mitología griega Casandra fue hija de los reyes de Troya y sacerdotisa del templo de Apolo con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, la sacerdotisa rechazó el amor del dios. Éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: Casandra seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos.
Tiempo después, Casandra previó la caída de Troya y todo por lo que luchaba, pero le fue imposible prevenirlo: tal era la maldición de Apolo. Pese a su anuncio repetido e insistente de la inminente desgracia porvenir, ningún ciudadano ni sus propios padres dieron crédito a sus vaticinios.
martes, 25 de junio de 2013
La "estrategia" en las reformas estrategicas en México
El proyecto
ilustrado marxista de finales del siglo XIX establecía -a grandes rasgos- que
era la forma de producción (esclavista, feudal, capitalista) las que
determinaban las relaciones políticas de dominación –la llamada
superestructura- produciendo y reproduciendo códigos y significados
autorreferenciales a la misma forma de producción. Es decir, la economía –para
la escuela de pensamiento que acepta esta premisa- no utiliza herramientas y
procedimientos asépticos y neutrales. La economía es política y toma partido.
Aceptar este hecho o no forma parte de un específico discurso de poder.
En México nos
enfrentamos a un escenario que vuelve relevante este marco teórico para la
discusión pública. Más allá de polemizar sobre la distribución de bienes
escasos, resulta aún más importante discutir las reglas a partir de las cuáles
se distribuyen esos bienes escasos.
La información
asimétrica entre actores clave de la economía, la subproducción de bienes
públicos, pero sobre todo la informalidad y la evasión fiscal que ésta conlleva
son fallas en el sistema de mercado hoy predominante en México. La interrogante
clave que debería guiar nuestro pensamiento crítico es “¿por qué las cosas son
como son y no de otra manera?”, más aún cuando el statu quo mantiene una sistemática
práctica de extracción de recursos a una población cada vez más vulnerable que
sólo beneficia a una minúscula y potentada cúpula (como dato, 20 apellidos
mexicanos controlan el 8% del PIB cuando la mitad de la PEA no percibe más de 3
salarios mínimos al mes).
Ante esta
situación, el gobierno y los principales partidos políticos de México han
presentado una reforma laboral, una reforma educativa y recientemente una
reforma financiera cuyas aspiraciones dicen ser las de “dinamizar y modernizar”
los sectores considerados “estratégicos” de la economía del país. Transformar a
México, le dicen los que gobiernan. Podría decirse que es la vieja práctica de
hacer (parecer) que todo (lo que no afecta específicos intereses)
cambie (a modo y por encimita) para
que al final todo siga igual (con pobreza
invisible y marginación que llega por “no querer trabajar” decorada con
política ficción de pactos, congresos y compromisos por cumplir).
Situaciones que sirven de ejemplo para ilustrar cómo se pretende alinear la economía a intereses políticos son: permitir o no el ingreso de capital privado (extranjero y nacional) en Petróleos Mexicanos –tal y como lo propuso Enrique Peña en el G8- para “modernizar” pero no desprender al sindicato petrolero que actúa como parásito o dotar de autonomía fiscal a la paraestatal; recortar el gasto público en seguridad social, seguros de desempleo y a madres solteras para “ajustar cuentas” pero no en gasto corriente, como sueldos y prestaciones a funcionarios públicos ni a partidos políticos; o aumentar la base gravable en México al aplicar IVA sobre alimentos y medicinas así como aumentar el porcentaje de dicho impuesto en demás bienes para “recaudar más y mejor” sin implementar el mecanismo de representación mínimo indispensable (reelección con listas abiertas) que asegure su uso democrático y transparente. Lo económico, por lo tanto, se construye como un discurso ideológico alineado a específicos intereses políticos, se hagan explícito o no. Como bien dice el dicho: “Los números no mienten, pero se puede mentir con los números”.
Situaciones que sirven de ejemplo para ilustrar cómo se pretende alinear la economía a intereses políticos son: permitir o no el ingreso de capital privado (extranjero y nacional) en Petróleos Mexicanos –tal y como lo propuso Enrique Peña en el G8- para “modernizar” pero no desprender al sindicato petrolero que actúa como parásito o dotar de autonomía fiscal a la paraestatal; recortar el gasto público en seguridad social, seguros de desempleo y a madres solteras para “ajustar cuentas” pero no en gasto corriente, como sueldos y prestaciones a funcionarios públicos ni a partidos políticos; o aumentar la base gravable en México al aplicar IVA sobre alimentos y medicinas así como aumentar el porcentaje de dicho impuesto en demás bienes para “recaudar más y mejor” sin implementar el mecanismo de representación mínimo indispensable (reelección con listas abiertas) que asegure su uso democrático y transparente. Lo económico, por lo tanto, se construye como un discurso ideológico alineado a específicos intereses políticos, se hagan explícito o no. Como bien dice el dicho: “Los números no mienten, pero se puede mentir con los números”.
Las anteriores
interrogantes pueden ser respondidas únicamente por un grupo de “expertos
técnicos” con la capacidad de optimizar funciones de producción o de poder proyectar
un crecimiento del PIB que se ajuste a las expectativas de papá-Banco Mundial. Esto
se vuelve relevante para el actual momento histórico por el que atraviesa
México al tener una reforma energética tocando la puerta (la cual –si pretende
ser verdaderamente trascendental- también abrirá el camino para una reforma
fiscal) provocando que los partidos de oposición “toquen los tambores de
guerra”. Ante esta situación es importante el planteamiento realizado hasta
ahora de de-construir el argumento revelando los intereses a los que –explícita
o implícitamente- se pretende alinear el discurso económico. Las respuestas deben elaborarse a partir del modelo
de país que esperamos obtener. Ese país debe ser uno en el que todos estemos capacitados para ejercer en igualdad de condiciones nuestros
derechos y alcanzar el proyecto de vida que queramos con plena libertad. De otra manera, lo único que
estaremos haciendo será -a propósito de la copa Confederaciones- jugando como nunca, pero perdiendo como siempre.
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muy buena reflexión de los que pasa en las cupulas del poder las reformasnunca resultan realmente "reformadoras de la calidad de vida de los mexicanos suminos en la miseria y en la falta de oportunidades de educación y trabajo.
ResponderEliminarBuena broma, pero ¿dónde esta el post?
ResponderEliminarPorqué no te empleas de asesor del presidente??? harías un gran bien a la nación, en serio
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