¿Quién es Casandra y por qué grita?

En la mitología griega Casandra fue hija de los reyes de Troya y sacerdotisa del templo de Apolo con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, la sacerdotisa rechazó el amor del dios. Éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: Casandra seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos.

Tiempo después, Casandra previó la caída de Troya y todo por lo que luchaba, pero le fue imposible prevenirlo: tal era la maldición de Apolo. Pese a su anuncio repetido e insistente de la inminente desgracia porvenir, ningún ciudadano ni sus propios padres dieron crédito a sus vaticinios.

jueves, 29 de diciembre de 2011

El Fetichismo de la Oposición


ABSTRACT
La Escuela de Fráncfort desarrollo sus más importantes contribuciones hacia la construcción de un proyecto social en dos claras etapas. La primera, que va de 1930 a 1937 y la segunda, que va de 1937 hasta 1955. Existe una tercera etapa, en donde dos de los más importantes exponentes de la Escuela, Herbert Marcuse y Theodor Adorno, realizan una producción literaria dedicada a realizar una crítica a la primera etapa. Es en esta tercera etapa en la que centraremos nuestro análisis.  Una vez expuesto los planteamientos realizados por Adorno y Marcuse en esta tercera etapa, el contexto estará dado para introducir la relevancia del poder en la obra de Michel Foucault. Con él, pretendo demostrar cómo el poder gesta para sí formas de resistencia simuladas al interior de estructuras discursivas que cumplen la funcionalidad de cómplices más que de agentes de cambio. Esto es lo que llamo el fetichismo de la oposición.


Artículo publicado. Se reservan todos los derechos de autor.


En los años oscuros posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial Adorno y Marcuse, haciendo un recuento de lo que había perseguido la Escuela de Fráncfort –escuela de pensamiento a la que pertenecían-  en un primer momento y observando la inconsistencia de la filosofía hegeliana para lograr alcanzar un proyecto social emancipador, decidieron romper con esta tradición. De seguir en la misma línea hegeliana, concluyeron,  los accidentes, las perversiones, la barbarie y todo el sufrimiento que esto conlleva terminarían por comprenderse e incluso perdonarse al llegar ser parte del irrevocable plan de superación por el cual la historia atraviesa hasta llegar a su fin: la síntesis del espíritu absoluto a través del tiempo. Todas las tragedias podrían disculparse al ser ellas parte del peaje que estaríamos dispuestos a pagar para llegar a esta síntesis final. Adorno y Marcuse entonces decretaron que, o si bien no existe esta síntesis final, o bien ya llegamos a ella y la reconciliación no fue absoluta. Es así como nuestros dos filósofos sufrieron un profundo desencanto de las teorías marxistas y hegelianas –utilizadas en un primer momento como herramienta metodológica-  que profetizaban un devenir histórico en el tiempo preestablecido por considerarlo perverso. 

Si bien, en un primer momento era necesario reflexionar desde la totalidad absoluta para no enfrascarnos en un momento relativo (tal y como el positivismo hacía con su culto desmedido a los “hechos” y de quien buscaban desesperadamente desmarcarse), esto resulto ser una ficción nada inocente al servicio de los intereses hegemónicos. El determinismo teleológico hegeliano haría de todos los errores y las tragedias eventos ineludibles e incluso necesarios para alcanzar la utopía ideal. 

 “La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder fundamentarla.” [2]
Así comenzaba Adorno  la conferencia La Educación después de Auschwitz  la cual fue emitida a través de la Radio Hesse el 18 de abril de 1966. Es Auschwitz la forma más degradada de pensamiento positivo; es el exterminio políticamente racional; es la clase de mal que no tiene sentido –absurdo y sin razón de ser-  y es eso lo que más indignó y aterrorizó a Adorno. Esto, a la luz del viejo presupuesto metodológico hegeliano, no puede justificarse ni interpretarse invocando a la metafísica. El mal banal de Arendt, ese sin sentido y carente de razón puede ser rechazado y descartado sin razón también. El horror absurdo se puede negar sin razones. 

“Lo urgente y necesario es lo que en otra ocasión he llamado, en este sentido, el viraje al sujeto. Hay que sacar a la luz los mecanismos que hacen a los seres humanos capaces de tales atrocidades; hay que mostrárselas a ellos mismos y hay que tratar de impedir que vuelvan a ser de este modo, a la vez que se despierta una conciencia general sobre tales mecanismos”.[3]
Hasta ese momento, toda la tradición humanista se ha alimentado de una lógica de teodicea –aquél proyecto filosófico que pretende conciliar la existencia del Mal con Dios (o el Bien Absoluto)- y lo único que ha logrado son metáforas de un orden social en donde se objetiviza la subjetividad: se piensa el “yo” sin atributos, sin componentes humanos. Adorno y Marcuse dedicaran su producción literaria a denunciar la complacencia con lo dado del positivismo más cruento y la imperativa necesidad de radicalizar la capacidad crítica de la negación. La dialéctica hegeliana, al negar la negación –diría Adorno[4]- acaba por terminar afirmando, siendo esto contrario al progreso y a la superación constante que suponía ser dicha lógica. El pensamiento debe reflexionar sobre sí mismo y evitar ser cómplice de la positividad y de las metafísicas encubiertas de negatividad -hemos dicho nada inocentes- que terminan afianzando al statu quo.

Pensar que Occidente era el más ilustrado, el más emancipado y el que mejor estaba siendo partícipe de una utopía idealizada en el pensamiento no fue más que una vil mentira pues fue precisamente en Occidente en donde surgieron Auschwitz y la bomba atómica. Es muy claro para los integrantes en esta etapa de la Escuela de Fráncfort que lo horrores cometidos en nombre de la racionalidad, no están originados en un mal uso de la misma, sino que es la esencia tal cual revelada de la racionalidad la que provocó tales atrocidades. La voluntad para dominar la naturaleza fracasó rotundamente. Representar conceptualmente la realidad dejando fuera todo lo que no se puede racionalizar no es más que una selección falsa y arbitraria. Lo real nunca se agota en la representación de lo real mismo. En cambio, la tendencia habitual es que aquello que no se deje atrapar en el concepto, o en la forma que se espera que aquello sea, será marginado, excluido y segregado. Lo distinto siempre será algo divergente. Lo que se presente como distinto y no sea marginado, excluido y segregado es porque es partícipe de la dialéctica positiva que simula negar la negación y termina afirmando los hechos. Éstas son las válvulas de escape que el pensamiento único permite y utiliza para refrendar y legitimar su poder. En este momento es Adorno el que hace un llamado a mirar hacia lo que queda fuera del concepto, de la representación, lo marginado, lo diferente, lo que no ha sido pensado y romper la construcción hegemónica artificial de la realidad, toda esta realizada en nombre de una racionalidad supuestamente ilustrada.

Marcuse  señalará que la sociedad capitalista es el máximo modelo de sociedad tecnologizada, automatizada y dominada[5]. Los mecanismos de dominación que se desarrollan al interior son tan complejos que nunca se previeron posibles y revelarlos es igualmente difícil. Se ha neutralizado toda forma de subversión a través de prácticas sutiles de dominación: el pensamiento está condicionado por prácticas sociales que hace que el individuo quiera lo que el sistema quiere que quiera, sin necesidad de coacción exterior.  La libertad es el principal instrumento de dominación, pues aunque la amplitud de opciones posibles para la sociedad es cada vez mayor, es el sistema  el que fija qué es exactamente lo que puede ser escogido. Es decir, si existen 101 distintas maneras de dominio, habrá a su vez 101 diferentes tipos de amo. El sistema acepta las formas de disidencia que “cuestionan afirmando” a sistema: esto no elimina el dominio, ni tampoco elimina al esclavo. Una oposición que figura en un sistema democrático (tomando por supuesto inicial que es el modelo de organización social más apto para el desarrollo pleno de las potencialidades del hombre) de esta manera es falsa y cómplice. Este es el fetichismo de la oposición. 

Es Michel Foucault quien arremete, años después, contra el humanismo racionalista .El humanismo lo que ha generado es un conjunto de discursos mediante los cuales se le dice al hombre occidental: “si bien tú no ejerces el poder, puedes llegar a ser soberano cuanto más renuncies a ejercer ese poder y te sometas.” El propósito de Foucault es emprender una lucha filosófica-cultural que tenga como tarea la de deconstruir la supuesta soberanía del sujeto revelándolo como tal: un ser sujetado a cadenas y prohibiciones culturalmente aceptadas.  Los tabúes sexuales, la droga y sus inhibiciones, la idea atomizante de la acción comunitaria, por citar unos ejemplos, son algunas de las cadenas que operan por detrás del hombre que lo mantienen sujetado a una manera de ser. Para Foucault, el ser humano es un ser constituido y no constituyente. Es por eso que debemos analizar las relaciones de poder que hacen al ser humano lo que es. Estas relaciones de poder se expresan en discursos y en saberes desde los cuales se desarrolla la génesis del sujeto, a imagen y semejanza de lo impuesto por estos discursos. Existen mecanismos de construcción discursiva del sujeto que progresivamente disciplina al ser bajo la autoridad de la ciencia, la moral, la ley o de las prácticas psicológicas.

“Y la institución responde: “No hay porque tener miedo de empezar; todos estamos aquí para mostrarte que el discurso está en el orden de las leyes, que desde hace mucho tiempo se vela por su aparición; que se le ha preparado un lugar que le honra pero que le desarma, y que, si consigue algún poder, es de nosotros y únicamente de nosotros de quien lo obtiene.””[6]
El “poder” se impone pero a la vez facilita y posibilita la realización de proyectos, ¡por eso es tan seductor! El humanismo, como proyecto emancipador, lo único que logró hacer es normalizar al sujeto dentro de relación de saber-poder las cuales generan disciplinas que dominan y son dominadas. La idea de un hombre o de una esencia de hombre es un concepto que sirve para disciplinar, dominar y controlar al individuo.

Sólo comprendiendo qué es el poder es como podremos resistirlo. Es comúnmente asociada la idea del poder al Estado, a las leyes, las instituciones gubernamentales o a las oligarquías que detentan estas instituciones. El error está pensar que estos elementos son causa y origen del poder y no efectos de una práctica discursiva que opera por detrás. Foucault nos ofrece una extraordinaria aproximación a la forma de operar de él poder dentro de una sociedad. Dice que:

“(…) El estudio de esta microfísica supone que el poder que en ella se ejerce no se conviva como una propiedad, sino como una estrategia, que sus efectos de dominación no sean atribuidos a una “apropiación”, sino a disposiciones, a maniobras, a tácticas, a técnicas, a funcionamientos; que se descifre en él una red de relaciones siempre tensas, siempre en actividad, más que un privilegio que se podría detentar; que se le dé como modelo de batalla perpetua más que el de contrato que opera un traspaso o la conquista que se apodera de un territorio.[7]
Los discursos son impersonales, sin paternidad y anónimos. Están revestidos así de un aura de autoridad mucho más potente y sutil. Estas relaciones o prácticas del poder dan como resultado un discurso de clausura, de exclusión, de afirmación o de silencio que fungen como método de disciplinamiento.

“En una sociedad como la nuestra son bien conocidos los procedimientos de exclusión. El más evidente, y el más familiar también, es lo prohibido. Una sabe que no tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera en fin, no puede hablar de cualquier cosa. Tabú del objeto, ritual de la circunstancia, derecho de exclusión o privilegiado del sujeto que habla: he ahí el juego de tres tipos de prohibiciones que se cruzan, se refuerzan o se compensan, formando una compleja malla que no cesa de modificarse. “[8]
El sujeto es constituido ocupando múltiples posiciones discursivas y estructurales. El individuo no está exento, en ningún momento, de ejercer y de padecer relaciones de poder. Esto se da en las relaciones impersonales generadas al interior de nodos discursivos (legales, médicos, sociales, psicológicos, culturales, jurídicos, etc.). El poder no está en una institución, ni en una estructura y ni tampoco es una facultad. Lo que sí puede ser es una situación estratégica compleja al interior de un nodo discursivo que goza de intencionalidad y persigue objetivos. Es menester revelar los diagramas anónimos de poder que muestran la lógica de campos sociales y discursivos para poder hacerles frente. La psiquiatría, la medicina o la educación son campos de la sociedad que participan en un diagrama anónimo de poder que sin duda alguna goza de intencionalidad y persigue objetivos muy claros. El poder no da lugar a ideologías, pues estas serían fáciles de desmembrar, sino a saberes y verdades que se consolidan como inamovibles.

“Una proposición debe cumplir complejas y graves exigencias para poder pertenecer al conjunto de una disciplina; antes de poder ser llamada verdadera o falsa, debe estar, como diría Canguilhen, “en la verdad”“[9]
A manera de ejemplo, Foucault utiliza uno muy claro para ilustrar la anterior cita. Dice Foucault, sobre Mendel (el botánico del siglo XIX) que él

hablaba de objetos, empleaba métodos, se situaba en un horizonte teórico, que eran extraños para la biología de la época. (…) Mendel decía la verdad, pero no estaba en la verdad del discurso biológico de su época: no estaba según la regla que se formaban de los objetos y de los conceptos biológicos, fue necesario todo un cambio de escala, el despliegue de un nuevo plan de objetos en la biología para que Mendel entrase en la verdad y para que sus proposiciones apareciesen entonces (en buena parte) exactas.”[10]
Definiendo cómo se desenvuelve el poder, la “protesta” se nos revela únicamente como la otra cara del poder que sirve como punto de soporte para justificar su existencia. Esto se da a partir del engaño del que somos parte al pensar que el deseo que perseguimos no está mediado por nada ni por nadie. Participando en una “protesta” de este tipo, no estamos haciendo otra cosa más que alimentar la misma estructura de poder que, en teoría, buscamos cambiar. Hacer esto, sin importar si se hace consciente o inconscientemente, es alimentar una oposición que termina por fetichizarse y volverse el “agente de cambio que se necesita para que todo siga igual.”
“Por más que en apariencia el discurso sea poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre él revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el deseo y con el poder. Y esto no tiene nada de extraño, pues el discurso no es simplemente lo que manifiesta (o encubre) el deseo; es también el objeto del deseo; pues el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse.”
El discurso se vuelve el objeto mismo del deseo. Es aquel poder del que uno quiere adueñarse. El fetichismo de la oposición se da cuando al reconocer un campo de autoridad hegemónico, la oposición se asume como la única que tiene –y merece- el reconocimiento por parte de ese campo de autoridad. Es decir, la oposición se asume como un esclavo “indignado” frente al amo “autorizado” que (por utilizar términos hegelianos) se encuentran en una tensión constante por reconocimiento mutuo. Ninguna de las dos partes puede anular a la otra sin anular su misma identidad. Es por eso que la oposición no puede –ni pretende- cambiar el campo de autoridad al que se está oponiendo porque entonces, en ese momento, anularía la fuente de su identidad misma. El campo de autoridad, en cambio, no eliminara a esa oposición porque esta le sirve de punto de apoyo y sostén para legitimarse. La oposición que opera bajo las coordenadas que son impuestas por la autoridad a la que se opone es una oposición fetichizada y pierde todo carácter emancipador. 

“Siempre puede decirse la verdad en el espacio de una exterioridad salvaje; pero no se está en la verdad más que obedeciendo a las reglas de una “policía” discursiva que se debe reactivar en cada uno de sus discursos. La disciplina es un principio de control de la producción del discurso. Ella le fija sus límites por el juego de una identidad que tiene la forma de una reactualización permanente de las reglas.”[11]
Lo interesante y perverso de esta situación es que es la misma oposición (fetichizada, por supuesto) la que se vuelve esta “policía”, determinando qué sí y qué no puede ser considerada una “legítima” oposición jugando como cómplice del poder. De esta manera es como la resistencia termina siendo un instrumento más dentro de los nodos discursivos del poder hegemónico. La oposición fetichizada no puede permitir que exista otro tipo de oposición que comprometa a la estructura del campo de autoridad que la está reconociendo y validado como tal. La exclusión y el dominio ya no se dan únicamente por parte del discurso de poder hegemónico, sino también de la oposición fetichizada que se reafirma como tal gracias a ese discurso de poder. La oposición fetichizada negará y bloqueará cualquier intento de resistencia al discurso de poder hegemónico que no utilice las  “vías institucionales”, “pacíficas” y “consensadas” que ella misma utiliza. Estas vías están condicionadas por una práctica discursiva hegemónica que utiliza este tipo de resistencia fetichizada como una prueba de su “inclusión” de todas las fuerzas opositoras para reafirmar su “respeto y promoción del disenso” siempre dentro del marco de la “legalidad y las instituciones”. 

Ejemplo de esto están las asociaciones civiles que utilizan para sí un discurso único y excluyente sobre algún asunto público asumiéndose las únicas merecedoras de cargar dicho discurso y nadie más. Lo que hacen, además de fetichizar la oposición, es secuestrar una causa social para la autocomplacencia de sus miembros sin realmente hacer nada para cambiar aquello de lo que tanto denuncian estar en contra.

¿Por qué? ¿Qué esta por detrás? ¿Es posible no caer en el fetichismo de la oposición? Foucault nos ofrece una explicación al porqué de este fenómeno.

“Bajo esta aparente veneración del discurso, bajo esta aparente logofilia, se oculta una especie de temor (…) contra esos acontecimientos, contra esa masa de cosas dichas, contra la aparición de todos esos enunciados, contra todo lo que puede haber allí de violento, de discontinuo, de batallador, y también de desorden y de peligro, contra ese gran murmullo incesante y desordenado del discurso.“ [12] (Las negritas son mías)
Esto nos remite a nuestro primer planteamiento teórico con la Escuela de Fráncfort. La necesidad de que exista un pensamiento único totalizante que ofrezca una explicación causal a todo fenómeno. De lo contrario este fenómeno es excluido y negado en su esencia por el discurso que defiende este pensamiento único. La verdadera protesta, aquella que recoge la indignación social y la traduce en un programa de acción original es tachada y desestimada por el poder. 

La oposición que existe entre razón y locura resulta ser muy ilustrativa en este caso. Usando la exposición que Foucault utiliza, haré un apunte que me parece muy importante.

“Pienso en la oposición entre razón y locura. Desde la más alejada Edad media, el loco es aquel cuyo discurso no puede circular como el de los otros: llega a suceder que su palabra es considerada nula y sin valor, que no contiene ni verdad ni importancia, que no puede testimoniar ante la justicia, no puede autentificar una partida o un contrato, o no siquiera, en el sacrificio de la misa, permite la transubstanciación y hacer del pan un cuerpo; en cambio suele ocurrir también que se le confiere, opuestamente a cualquier otra persona, extraños poderes como el de enunciar una verdad oculta, el de predecir el porvenir, el de ver en si plena ingenuidad lo que la sabiduría de los otros no puede percibir.“[13]
El juego de equilibrio que hay entre la oposición fetichizada y el poder participa en una dinámica muy similar a la descrita anteriormente. La oposición fetichizada es aquel loco que es reconocido como tal por la razón, o la autoridad discursiva a la que se opone. Ser loco no nada más es una imposición, sino una condición de posibilidad para hacer muchas cosas, siempre y cuando se mantenga dentro de los parámetros de verdad que lo definen como tal. La oposición fetichizada no nada más está bajo la imposición de una autoridad que la diferencia, sino también bajo un discurso que la posibilita la cual defenderá contra cualquier otra oposición que busque negar o cambiar la fuente de su identidad. La complicidad entre la estructura de autoridad y la práctica discursiva con este tipo de oposición da como resultado un sostén sólido y un aura de legitimidad al poder y quien lo detenta.

El ser humano es un polo activo capaz de constituirse a través de las grietas que el análisis del poder ha dejado. Para realizar un proyecto emancipador primero hay que entender la naturaleza del dominio. Foucault concluye que existe un método para evitar caer en lo que yo llamo el fetichismo de la oposición. Me parece importante concluir con una propuesta, una vía de acción que nos ayude a encaminar un proyecto verdaderamente emancipador, y no uno que termine por ser cómplice de la positividad, es decir, fetichizado. Para terminar, la muy extensa pero igualmente valiosa cita de Foucault sobre su método:

“Se pueden señalar enseguida ciertas exigencias de método que traen consigo:
·         En primer lugar, un principio de trastocamiento: allí donde, según la tradición, se cree reconocer la fuente de los discursos, el principio de su abundancia y de su continuidad, en esas figuras que parecen representar a una función positiva, como la del autor, la disciplina, la voluntad de verdad, se hace necesario, antes que nada, reconocer el juego negativo de un corte y de una rarefacción del discurso.
·         Un principio de discontinuidad: que existan sistemas de rarefacción no quiere decir que, por debajo de ellos, más allá de ellos, hubiera de reinar un gran discurso ilimitado, continuo y silencioso, que se hallara, debido a ellos, reprimido o rechazado, y que tuviésemos el trabajo de levantar restituyéndole finalmente el habla. (…) Los discursos deben ser tratados como prácticas discontinuas que se cruzan, a veces se yuxtaponen, pero que también se ignoran o se excluyen.
·         Un principio de especificidad: no resolver el discurso en un juego de significaciones previas, no imaginarse que el mundo vuelve hacia nosotros una cara legible que no tendríamos más que descifrar; él no es cómplice de nuestro conocimiento; no hay providencia prediscursiva que lo disponga a nuestro favor. Es necesario concebir el discurso como una violencia que se ejerce sobre las cosas, en todo caso como una práctica que les imponemos; es en esta práctica donde los acontecimientos del discurso encuentran el principio de su regularidad.
·         Cuarta regla, la de exterioridad: no ir del discurso hacia su núcleo interior y oculto, hacia el corazón de un pensamiento o de una significación que se manifestarían en él; sino a partir del discurso mismo, de su aparición y de su regularidad, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la serie aleatoria de esos acontecimientos y fija los límites. [14]


Concluyo así el diagnóstico de los movimientos sociales, políticos, académicos o de cualquier índole que incurren en el fetichismo de la oposición, para revelar la naturaleza de dominio que hay en una estructura de poder, la que sea. 

Como conclusión, ningún proyecto social puede alcanzar la Verdad Absoluta puesto que esta no existe. Sólo existen justificaciones de una verdad que responde a las exigencias y necesidades de una sociedad determinada,. Al no haber parámetros fijos para determinar la verdad, lo más a lo que puede aspirar una interpretación de la misma es a ofrecer un discurso sugerente que resista las críticas de una audiencia bien calificada. El hombre es un chorro ininterrumpido de novedades.

La oposición debe nutrir el espacio de lo público con discursos sugerentes que hagan el suficiente eco como para cuestionar los argumentos que sostienen las verdades actuales o hegemónicas, puesto que ninguna Verdad es fija. Ninguna oposición debe considerarse la única calificada de implementar su verdad sobre las otras, por más útil, preparada, buena o mala que parezcan ser las demás. Es precisamente la coexistencia de muchas maneras de protestar la que nutre el camino de la institucionalidad de una democracia plena y funcional.



[2] Adorno, Theodor, La educación después de Auschwitz, Scribd http://www.scribd.com/doc/4004800/1967-Teodor-Adorno-La-educacion-despues-de-Auschwitz (acceso noviembre 29, 2010).
[3] Ibid.
[4] Tesis expuesta en su libro “Dialéctica Negativa” publicado en 1966
[5] Tesis expuesta en su libro “El hombre unidimensional” publicado en 1964
[6] Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2009, pg. 13
[7] Foucault, Michel, Vigilar y Castigar, México, Editorial Siglo XXI, 2010, pg. 36
[8] Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2009, pg. 14
[9] Ibid, pg. 36
[10] Ibid, pg. 37
[11] Ibid, pg. 38
[12] Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2009, pg. 50
[13] Ibid, pg. 16
[14] Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2009, pg. 52 y 53

jueves, 15 de diciembre de 2011

Las revoluciones árabes tienen un componente geopolítico: disertación

Nadie pudo prever la revolución árabe que se vive en estos momentos en gran parte del llamado Medio Oriente: Marruecos, Túnez, Libia, Egipto, Siria, Yemen, Bahréin, Irán, etc. Lo dado, dado está y es tarea del científico social tratar de, con una clara idea sobre las teorías y con base a argumentos empíricamente sustentados, predecir el porvenir de la realidad con miras a desarrollar mecanismos que puedan hoy resultar favorecedores mañana en la construcción de un proyecto de comunidad compartido. No hay zona del mundo que reclamen más esta tarea a los internacionalistas -y científicos sociales en general- que el Medio Oriente. Las siguientes líneas están dedicadas analizar si existe un componente geopolítico en las revoluciones árabes y si este es suficiente o no para poder alcanzar la meta de predecir el porvenir con miras a desarrollar un mejor futuro para las sociedades convulsas de la zona.


Las revoluciones árabes tienen un componente geopolítico.


1.      La “Primavera árabe”: una apreciación geopolítica

a)      Los primeros reclamos sociales en contra de un régimen autoritario coincide en tres países en el norte de África: Túnez, Libia y Egipto.

b)      Las demás oxidadas dictaduras de la zona sufrieron un efecto contagio: Siria y Yemen.


c)      Las revoluciones triunfantes que han celebrado elecciones democráticas (Egipto y Túnez) presentan un marcado vuelco hacia los partidos islámicos: símbolos, ritos y mitos de identificación regional.


2.      Una golondrina no hace “´primavera”: matices a las revoluciones árabes

a)      La coincidencia geográfica de los primeros reclamos en contra de un régimen autoritario carece de sustento para enmarcarlas en un antecedente común.

b)      Los tiempos y las formas en las que se dieron los subsecuentes reclamos en contra regímenes autoritarios ponen en tela de juicio la continuidad de un mismo movimiento social.

c)      La represión que durante años se vivió en los países que hoy presentan revoluciones sociales hicieron de liberales, conservadores, demócratas, socialistas e islámicos una misma amalgama de oposición, haciendo que la estructura de algún partido pese más que su contenido.


1|. La “Primavera árabe”: una apreciación geopolítica

Los primeros reclamos sociales en contra de un régimen autoritario coincide en tres países en el norte de África: Túnez, Libia y Egipto.

El 17 de diciembre de 2010, un panadero se inmoló frente al palacio municipal de una localidad provinciana en Túnez agotada su paciencia y rebasada su capacidad de manejar la frustración ante la falta de oportunidades de desarrollo y movilidad social. Ante estos hechos, la sociedad tunecina movilizada rápida y organizadamente logró derrocar al acomodado dictado Ben Alí, después de 30 años de dictadura. Para febrero del año 2011, un mismo acomodado dictador desde hace 30 años pero ahora en Egipto, huía despavorido de un país al que gobernó bajo la regla de nepotismo y corrupción. En marzo de ese mismo año, un grupo de rebeldes armados en Libia confrontaba al excéntrico líder moral de Libia que desde hace más de 40 años gobernaba el país. Podemos encontrar al menos dos elementos comunes que sostienen el componente geopolítico de estas revoluciones. El primero, los tres países son ex colonias de tres potencias europeas: Túnez de Francia, Libia de Italia y Egipto de Inglaterra (de manera indirecta y principalmente administrativa, pero aun así). El elemento de conquista y sometimiento ante poderes extranjeros alineados a intereses ajenos de los nacionales en la génesis misma de cada uno de estos países contribuyen a nuestro segundo elemento: el nacionalismo árabe. La coincidencia cronológica que encontramos en los tiempos en los que los dictadores tenían gobernando nos remite a los movimientos nacionalistas “panarabistas” de mediados del siglo pasado: liderazgos fuertes, reivindicaciones culturales y políticas propias de la región, confrontación con potencias extranjeras, intercambio de libertades sociales por estabilidad política. Gadafi, Ben Ali y Mubarak son parte de la misma generación que recibió las esperanzas de un pueblo indignado y harto de los vaivenes políticos típicos de la época (golpes militares). Si bien ninguno emana de otra cosa que sea mejor a un golpe militar –o incluso de uno mismo-, la coyuntura política y social de la época congracio a los 3 líderes a ser los dirigentes de un proyecto nacional que ahora resultó igualmente agotado.



Las demás oxidadas dictaduras de la zona sufrieron un efecto contagio: Siria y Yemen.

Tanto Siria como Yemen –alejados completamente de la geografía original de las revueltas árabes- experimentan revueltas sociales con similares exigencias al régimen de igual o mayor magnitud que las egipcias, libias o tunecinas. Si bien ambos países comparten el antecedente colonial –bajo la forma de control administrativo, artificial delimitación de las fronteras o ambos- una vez llegadas las revoluciones a estos países las reacciones por parte de los países colindantes han sido distintas. La condena estadounidense en contra del régimen y a favor de las protestas en Yemen así como las recientes sanciones diplomáticas impuestas por la Liga Árabe a Siria refleja que la geografía política tradicional se ha expandido más allá de las fronteras inmediatas de los países convulsionados. Turquía ha impuesto un gravamen del 30% sobre las importaciones sirias a este país. Kuwait ha retirado a su misión diplomática de Siria para manifestar su rechazo a la represión. El reacomodo de piezas en la región habla de la influencia de las revoluciones.

Las revoluciones triunfantes que han celebrado elecciones democráticas (Egipto y Túnez) presentan un marcado vuelco hacia los partidos islámicos.

Las elecciones celebradas hace unos meses en Túnez y hace unos días en Egipto reflejan la clara tendencia de la población liberada hacia  los partidos islámicos. Más allá de entender esto como una confrontación entre un gobierno secular y uno religioso o de pensar que un gobierno religioso tiende a ser más conservador en lo social a que uno secular, esto nos habla de la consolidación de una identidad común alrededor del Islam. Los ritos, símbolos y mitos del Islam son fuente de legitimidad y cohesión social en países que las necesitan urgentemente. Las elecciones son una manera de revelar preferencias de los ciudadanos y encontramos que aquellas plataformas políticas que reivindican al Islam detonan una lealtad social que ningún otro partido tiene. Una vez más se constata que el Islam es un elemento político fuerte enraizado en el imaginario cultural de la región. Una revolución democrática que se nutra de un elemento así tiene un futuro próspero.


  1. Una golondrina no hace “´primavera”: matices a las revoluciones árabes

La coincidencia geográfica de los primeros reclamos en contra de un régimen autoritario carece de sustento para enmarcarlas en un antecedente común.

La colonización francesa asentada en Túnez desarrolló un marco de instituciones distintas a las que se desarrollaron en Libia y Egipto. Es claro que los tres dictadores de estos países estaban oxidados y desgastados después de años en el poder (así lo reveló la facilidad con la que al menos 2 de 3 cayeron debido a las revueltas sociales) pero tampoco podemos limitar y sostener nuestro análisis ahí. Las instituciones de educación tunecina, la industria petrolera libia y la política exterior egipcia eran referentes en la región aún con los dictadores. El proceso de colonización experimentado por los tres países los aglutina como colonias, es cierto, pero no puede establecerse un hilo conductor únicamente a través de este argumento y de esta manera responder a las revueltas con un argumento supuestamente geopolítico, pero que más bien es histórico. La colonización italiana en Libia no logró la trascendencia que logró la administración británica en Egipto o la francesa en Túnez. Cada país caminó a través de un desarrollo nacional distinto, liderado en una coyuntura regional similar pero enmarcada en un contexto particular distinto con personajes e historias particulares distintas (por ejemplo, Gadafi era el líder moral de la revolución “socialista” que el encabezó 40 años atrás por lo que era imposible que el renunciara puesto que no tenía un cargo formal real).

Los tiempos y las formas en las que se dieron los subsecuentes reclamos en contra regímenes autoritarios ponen en tela de juicio la continuidad de un mismo movimiento social.

El rey Saleh en Yemen ha estado ausente gran parte de las revueltas debido a su delicado estado de salud. Esta particularidad lo hace ver a su país convulsionarse pero de la distancia, resguardado en los mejores hospitales de Arabia Saudita acompañado de su familia. Ni Ben Alí, Mubarak o Gadafi pudieron gozar de tal privilegio una vez entrado en conflicto su país. Bashir el Assad utilizó el chantaje emocional del más puro corte fascista en contra de su población argumentando que el enemigo común era Israel y que de dividirse al interior Siria, todos sucumbirían ante él. Túnez es un país relativamente más pequeño. Libia es un país cuyos centros de poder político están focalizados y que además fue intervenido internacionalmente para “proteger la vida de la población civil” atacada por él régimen. En Egipto el ejército dimitió en contra de Mubarak a favor de las protestas. No podemos hacer una generalización geopolítica tomando en cuenta únicamente el elemento geográfico (que todos los países tienen, es decir, están enmarcados en una zona relativamente fácil de delimitar como Medio Oriente), hace falta el elemento político. Ni las revueltas en Siria o en Yemen presentan condiciones o motivaciones similares a las dictaduras derrocadas en el norte de África. Assad era un joven universitario ávido de reformas al principio de su mandato en el año 2000 (el más “fresco” de todos los dictadores). El rey Saleh era un elemento de unidad entre los yemenitas afianzado más que nunca a partir de los conflictos entre la parte norte y sur de su país. Es difícil pensar que en estos momentos se esté desarrollando un movimiento generalizado en continuo que pueda ser explicado únicamente con la geopolítica.

La represión que durante años se vivió en los países que hoy presentan revoluciones sociales hizo de liberales, conservadores, demócratas, socialistas e islámicos una misma amalgama de oposición, haciendo que la estructura de algún partido pese más que su contenido.

Los partidos de oposición más estructurados dentro de toda la gama de partidos de oposición en los países en donde han triunfado las revoluciones son los islámicos. Estos partidos han estado en la clandestinidad desde hace muchas décadas y han tenido que desarrollar tácticas y estrategias efectivas para sobrevivir a tantos años de represión y persecución. Es por eso que surgen victoriosos en las elecciones. Aquí la influencia del Islam en la geografía de la zona queda rezagada a segundo plano debido a una coyuntura política. Prueba de ellos es la influencia política dentro de las revueltas en Túnez y Egipto de los “Hermanos Musulmanes”. En ningún momento se escuchaba en las plazas públicas de Túnez o de Egipto alguna reivindicación religiosa que funcionara como elemento de unidad e integración entre los manifestantes. Uno supondría que debería de haber algo fuerte y simbólico para integrar a una población a rebelarse en contra del régimen político que han tenido desde hace 30 años. Lo hubo, por supuesto y provino del mismo sentimiento de ahogo y represión por parte de toda la oposición, sin importar la posición en el espectro ideológico o político que profesara cualquiera de ellos. Es hasta las elecciones, en donde estos partidos han obtenido una clara preferencia, que resulta que el Islam entra en juego, pero como decíamos anteriormente, en un segundo plano.

  1. Conclusión

Es claro que cada uno de los países está sumergido en un contexto político y social distinto. Esto es aún más evidente en una zona como la de Medio Oriente en donde la necesidad de reconocimiento y fomentar una identidad nacional particular entre los países que conforman esta región del  mundo hace que el abanico de posibilidades del fenómeno social en esta zona sea inmenso. Concluimos por tanto que es imposible encontrar un hilo conductor entre los movimientos sociales si nos empecinamos en revelar la continuidad en las condiciones materiales particulares de cada uno de los países. Tomando en cuenta la particular historia de cada país, es imposible identificar a Túnez con Siria o a Egipto con Yemen. Sin embargo, las revoluciones árabes poseen en el agregado elementos comunes que más que compensan las diferencias particulares que cada país posee logrando así que la apreciación geopolítica de la zona sea una aproximación muy coherente y consistente a lo que está pasando en la región. Reconocemos que es imposible descartar las consideraciones políticas y sociales particulares de los países, por lo que las revoluciones árabes sí contienen un elemento geopolítico de muchos otros que también atraviesan la coyuntura y ofrecen diferentes dimensiones de análisis.

Como elemento fundamental que encontramos en todos los países sumergidos en revueltas sociales está que gracias al libre flujo de ideas a través principalmente del internet, es como una sociedad que había permanecido en la inercia institucional y política por más de 30 años, ahora puede tomar por días plazas principales u organizar una resistencia armada y triunfar. La estabilidad que representaba en otro periodo de tiempo una dictadura políticamente estable pero socialmente represor ha agotado sus beneficios al largo plazo. La organización política de la región (expresada en instituciones como la Liga Árabe) han podido contrarrestar la influencia de la comunidad internacional occidental que, debido a su renuencia de ver una democracia islámica desarrollarse en la región, prefirió convalidar y congraciarse con dictaduras seculares y ahora son motor político y propulsor de cambios profundos en los regímenes de aquellos países que aún no han dado su brazo a torcer (i.e Siria). La necesidad de llenar los vacíos de identidad que una dictadura provoca en una sociedad es un catalizador importante para entender la fuerza e intensidad con la que han despertado estos movimientos. Es una nueva “Nahda” que ha puesto la barra de victorias políticas mínimas indispensables mucho más alto que anteriormente. Tal situación no podría haber prosperado de no ser por la represión generalizada que todos los partidos de oposición habían vivido a lo largo de las décadas que duró la dictadura. Todos se aglutinaron en torno a un frente común que era el de derrocar al régimen, sin dividir o pretender imponer un proyecto político por encima de otro.

Estos 3 elementos mencionados se encuentran de manera generalizada en los países con revueltas sociales. La geopolítica es una luz lo suficientemente clara e intensa como para alumbrar lo oscuro que nos puede parecer las motivaciones y objetivos de los movimientos sociales en Medio Oriente.