Situaciones que sirven de ejemplo para ilustrar cómo se pretende alinear la economía a intereses políticos son: permitir o no el ingreso de capital privado (extranjero y nacional) en Petróleos Mexicanos –tal y como lo propuso Enrique Peña en el G8- para “modernizar” pero no desprender al sindicato petrolero que actúa como parásito o dotar de autonomía fiscal a la paraestatal; recortar el gasto público en seguridad social, seguros de desempleo y a madres solteras para “ajustar cuentas” pero no en gasto corriente, como sueldos y prestaciones a funcionarios públicos ni a partidos políticos; o aumentar la base gravable en México al aplicar IVA sobre alimentos y medicinas así como aumentar el porcentaje de dicho impuesto en demás bienes para “recaudar más y mejor” sin implementar el mecanismo de representación mínimo indispensable (reelección con listas abiertas) que asegure su uso democrático y transparente. Lo económico, por lo tanto, se construye como un discurso ideológico alineado a específicos intereses políticos, se hagan explícito o no. Como bien dice el dicho: “Los números no mienten, pero se puede mentir con los números”.
¿Quién es Casandra y por qué grita?
En la mitología griega Casandra fue hija de los reyes de Troya y sacerdotisa del templo de Apolo con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, la sacerdotisa rechazó el amor del dios. Éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: Casandra seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos.
Tiempo después, Casandra previó la caída de Troya y todo por lo que luchaba, pero le fue imposible prevenirlo: tal era la maldición de Apolo. Pese a su anuncio repetido e insistente de la inminente desgracia porvenir, ningún ciudadano ni sus propios padres dieron crédito a sus vaticinios.
martes, 25 de junio de 2013
La "estrategia" en las reformas estrategicas en México
El proyecto
ilustrado marxista de finales del siglo XIX establecía -a grandes rasgos- que
era la forma de producción (esclavista, feudal, capitalista) las que
determinaban las relaciones políticas de dominación –la llamada
superestructura- produciendo y reproduciendo códigos y significados
autorreferenciales a la misma forma de producción. Es decir, la economía –para
la escuela de pensamiento que acepta esta premisa- no utiliza herramientas y
procedimientos asépticos y neutrales. La economía es política y toma partido.
Aceptar este hecho o no forma parte de un específico discurso de poder.
En México nos
enfrentamos a un escenario que vuelve relevante este marco teórico para la
discusión pública. Más allá de polemizar sobre la distribución de bienes
escasos, resulta aún más importante discutir las reglas a partir de las cuáles
se distribuyen esos bienes escasos.
La información
asimétrica entre actores clave de la economía, la subproducción de bienes
públicos, pero sobre todo la informalidad y la evasión fiscal que ésta conlleva
son fallas en el sistema de mercado hoy predominante en México. La interrogante
clave que debería guiar nuestro pensamiento crítico es “¿por qué las cosas son
como son y no de otra manera?”, más aún cuando el statu quo mantiene una sistemática
práctica de extracción de recursos a una población cada vez más vulnerable que
sólo beneficia a una minúscula y potentada cúpula (como dato, 20 apellidos
mexicanos controlan el 8% del PIB cuando la mitad de la PEA no percibe más de 3
salarios mínimos al mes).
Ante esta
situación, el gobierno y los principales partidos políticos de México han
presentado una reforma laboral, una reforma educativa y recientemente una
reforma financiera cuyas aspiraciones dicen ser las de “dinamizar y modernizar”
los sectores considerados “estratégicos” de la economía del país. Transformar a
México, le dicen los que gobiernan. Podría decirse que es la vieja práctica de
hacer (parecer) que todo (lo que no afecta específicos intereses)
cambie (a modo y por encimita) para
que al final todo siga igual (con pobreza
invisible y marginación que llega por “no querer trabajar” decorada con
política ficción de pactos, congresos y compromisos por cumplir).
Situaciones que sirven de ejemplo para ilustrar cómo se pretende alinear la economía a intereses políticos son: permitir o no el ingreso de capital privado (extranjero y nacional) en Petróleos Mexicanos –tal y como lo propuso Enrique Peña en el G8- para “modernizar” pero no desprender al sindicato petrolero que actúa como parásito o dotar de autonomía fiscal a la paraestatal; recortar el gasto público en seguridad social, seguros de desempleo y a madres solteras para “ajustar cuentas” pero no en gasto corriente, como sueldos y prestaciones a funcionarios públicos ni a partidos políticos; o aumentar la base gravable en México al aplicar IVA sobre alimentos y medicinas así como aumentar el porcentaje de dicho impuesto en demás bienes para “recaudar más y mejor” sin implementar el mecanismo de representación mínimo indispensable (reelección con listas abiertas) que asegure su uso democrático y transparente. Lo económico, por lo tanto, se construye como un discurso ideológico alineado a específicos intereses políticos, se hagan explícito o no. Como bien dice el dicho: “Los números no mienten, pero se puede mentir con los números”.
Situaciones que sirven de ejemplo para ilustrar cómo se pretende alinear la economía a intereses políticos son: permitir o no el ingreso de capital privado (extranjero y nacional) en Petróleos Mexicanos –tal y como lo propuso Enrique Peña en el G8- para “modernizar” pero no desprender al sindicato petrolero que actúa como parásito o dotar de autonomía fiscal a la paraestatal; recortar el gasto público en seguridad social, seguros de desempleo y a madres solteras para “ajustar cuentas” pero no en gasto corriente, como sueldos y prestaciones a funcionarios públicos ni a partidos políticos; o aumentar la base gravable en México al aplicar IVA sobre alimentos y medicinas así como aumentar el porcentaje de dicho impuesto en demás bienes para “recaudar más y mejor” sin implementar el mecanismo de representación mínimo indispensable (reelección con listas abiertas) que asegure su uso democrático y transparente. Lo económico, por lo tanto, se construye como un discurso ideológico alineado a específicos intereses políticos, se hagan explícito o no. Como bien dice el dicho: “Los números no mienten, pero se puede mentir con los números”.
Las anteriores
interrogantes pueden ser respondidas únicamente por un grupo de “expertos
técnicos” con la capacidad de optimizar funciones de producción o de poder proyectar
un crecimiento del PIB que se ajuste a las expectativas de papá-Banco Mundial. Esto
se vuelve relevante para el actual momento histórico por el que atraviesa
México al tener una reforma energética tocando la puerta (la cual –si pretende
ser verdaderamente trascendental- también abrirá el camino para una reforma
fiscal) provocando que los partidos de oposición “toquen los tambores de
guerra”. Ante esta situación es importante el planteamiento realizado hasta
ahora de de-construir el argumento revelando los intereses a los que –explícita
o implícitamente- se pretende alinear el discurso económico. Las respuestas deben elaborarse a partir del modelo
de país que esperamos obtener. Ese país debe ser uno en el que todos estemos capacitados para ejercer en igualdad de condiciones nuestros
derechos y alcanzar el proyecto de vida que queramos con plena libertad. De otra manera, lo único que
estaremos haciendo será -a propósito de la copa Confederaciones- jugando como nunca, pero perdiendo como siempre.
domingo, 21 de abril de 2013
Desnudando a los tres partidos: Verde-Nueva Alianza-Trabajo
A la par del PRI, del PAN y del
PRD, en el espectro político de nuestro sistema de partidos existen tres casos
muy particulares los cuales contribuyen -como ningún otro- a pensar a México
dentro de coordenadas surrealistas:
1) Tenemos
un partido apoya la pena de muerte (el Partido Verde);
2) Un
partido que considera a Corea del Norte como referente político del siglo XXI
(el Partido del trabajo);
3) Y
un partido liberal que tiene como fundadora a Elba Esther Gordillo, hoy
investigada por lavado de dinero y delincuencia organizada (el Partido Nueva
Alianza).
Empecemos pues, el Partido Verde.
Dentro de la actual coyuntura
política nacional, sólo el Partido Verde –dentro de los tres anteriormente
mencionados- forma parte del Pacto por México. Esto se entiende al reconocer
que el Partido Verde, junto con el PRI, forma parte de la actual coalición de
partidos en el gobierno. En los mismos términos electorales, hoy el Partido
Verde cuenta con su primera gubernatura en el Estado de Chiapas así como con 7
senadores y 28 diputados.
Este despunte electoral no hace a
un lado el hecho de que académicos como Raúl Trejo Delarbre y Sergio Aguayo
hayan catalogado al Partido Verde como “un partido berlusconiano de corte
fascista” y que “de verde sólo tiene el color”, criticando la falta de
políticas públicas relacionadas con el medio ambiente. Como ejemplo, en 1998,
en una entrevista con Katia D'Artigues, Jorge Emlio González –el llamado Niño
Verde- confundió la composta con la separación de basura y aseguró que el sí
llevaba una vida ecológica, pues siempre que veía un grillo en su casa lo
sacaba al jardín.
No sólo no es ambiental, sino que
tampoco es “verde” ya que el Partido Verde fue expulsado de la organización Global
Verde de partidos por impulsar la pena capital para secuestradores y asesinos.
No hace falta mencionar que dicha propuesta se encuentra abolida en la
Constitución mexicana y prohibida en los tratados internacionales que México ha
suscrito.
Sigamos
ahora, el Partido del Trabajo.
El Partido del Trabajo explica su
génesis como partido político de la siguiente manera:
“Ante la necesidad de crear una
nueva alternativa política que respondiera a los intereses de la mayoría de los
ciudadanos y ciudadanas, se inicia la construcción del Partido del Trabajo a
partir de la coordinación de varias organizaciones sociales como: Comités de
Defensa Popular de Chihuahua y Durango; Frente Popular de Lucha de Zacatecas y
el Frente Popular "Tierra y Libertad" de Monterrey.
El Partido del Trabajo recibió
notoriedad la legislatura pasada al contar con el diputado Gerardo Fernández
Noroña entre sus filas.
Ahora bien, es de notar que
aunque el Partido del Trabajo se auto identifique como un partido “del pueblo y
para el pueblo, democrático, popular, independiente y antiimperialista” (algo
que lo distingue de todos los otros partidos en México) algunos de sus miembros
han incurrido en las mismas prácticas corruptas que sus pares.
En 2004, siendo senador, González
Yáñez logró que se firmara un convenio entre el Gobierno de Durango con el
sistema CADI (Centro de Atención y Desarrollo Infantil) para que le fueran transferidos
recursos públicos aprobados en la Cámara de Diputados para dicho programa, el
cual es administrado por militantes de dicho partido. Estas escuelas no cuentan
con el reconocimiento oficial de la SEP y no están regularizadas en los
términos que exige la ley.
El apoyo del gobierno del Estado
de Durango comenzó con 2 millones de pesos, pero en 2012 los recursos
transferidos a los CADIs ascendieron a 64 millones, y para el 2012 serán de 115
millones de pesos.
Actualmente el Partido del
Trabajo cuenta con 19 diputados federales y 4 senadores. Importante como puede
ser, el Partido del Trabajo se destaca por –y cito- “ sentir gran admiración
por las grandes hazañas de Kim Jong Un, quien decididamente ha frustrado los
movimientos de las fuerzas aliadas imperialistas para aislar y suprimir a la
República Democrática y Popular de Corea y dirigir al Partido de los
Trabajadores de Corea y a los norcoreanos solo a la victoria y a la gloria”
¿Y con que se come la gloria y la
victoria, se preguntan los norcoreanos en hambruna crónica?
Terminamos con Nueva Alianza.
El PANAL se funda el 30 de enero de 2005 por la ex lideresa vitalicia del
Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, Elba Esther Gordillo, tomando
como base a la Asociación Ciudadana del Magisterio (ACM), un Asociación Política Nacional reconocida por el
Instituto Federal Electoral desde agosto de 2002.
El Partido Nueva Alianza se
define a sí mismo como “una organización política liberal (el único partido en
México que adopta esta bandera, cabe resaltar) al servicio de las causas
sociales de México; que tiene a la persona y su vida digna como eje de acción
política, a la educación como motor de transformación social y al progreso como
sus principales ideales”.
Sin embargo, comúnmente el
Partido Nueva Alianza es automáticamente ligado con la corrupción del Sindicato
más grande y poco transparente de México. El respaldo formal y directo que ha recibido
por parte de la ahora investigada fundadora –y hasta hace poco- lideresa del
SNTE es un foco rojo en la integridad política del partido.
Cabe resaltar que el actual dirigente nacional del partido Nueva Alianza, Luis Castro ha afirmado que todos
los recursos erogados por su
partido han sido lícitos y plenamente justificados, tal como ha quedado
confirmado con el dictamen de la fiscalización
de su candidato presidencial por parte del Instituto Federal Electoral en el
pasado proceso.
Pues claro, ningún partido acepta
abiertamente tener involucrados casos de corrupción. Obvio.
Los partidos políticos no tienen
y no se vislumbra para cuándo tendrán los controles patrimoniales, jurídicos y
sociales que prevenga y erradique la actual corrupción política de alto nivel.
Mientras los partidos no “aten al mástil” (haciendo analogía a Ulises y las
sirenas) ante los posibles casos de corrupción que puedan suceder en un futuro.
Todo lo demás es un choro
mareador.
lunes, 8 de abril de 2013
Una crítica a los que critican: El Pacto por México y la falta de representatividad
La dimensión que debe ocupar la
crítica al “Pacto por México” en
términos de representatividad –o falta
de ella- debe ser entendida como reducto de una causalidad ulterior, la cual nada tiene que
ver con el reclamo coyuntural que las fuerzas progresistas de este país hacen
al Pacto entendida como la “ausencia de la deliberación al interior de las
Cámaras” y las “negociaciones en lo oscurito”. Esta causalidad ulterior de la que hablo se
rastrea y se encuentra en la ausencia de mecanismos de revelación de
preferencias inter-electorales (reelección acompañada de listas abiertas, plebiscitos,
referéndum, revocación de mandato y controles patrimoniales y jurídicos como
por ejemplo una Fiscalía –no Comisión- Autónoma –no descentralizada- en contra
de la Corrupción –entendida como un bolsón de delitos jurídicos- que prevenga y
combata la corrupción gestada en las más altas esferas del poder) lo cual hace
que la representatividad política en México siga siendo nula, con o sin Pacto
por México.
Lo que realmente ha hecho aflorar
el Pacto son las divisiones al interior de los militantes de los partidos
políticos (principal y particularmente las del PRD). Éstos, al no encontrar
reconciliadas sus legítimas inquietudes a través de procesos democráticos de
deliberación al interior, recurren y encuentran todo el incentivo de explicitar
y denunciar dichas diferencias al exterior, con el ánimo de segmentar su figura
como militante dentro de la misma etiqueta partidista que comparte con otros.
De existir los mecanismos de
revelación de preferencias antes mencionados, se modificarían los incentivos de
cooperación entre los legisladores de distintas bancadas (principalmente los
que participan en partidos pequeños) los cuales dejarían de depender de la
voluntad política y la negociación. Un reclamo serio por establecer un verdadero mandato
de representatividad –hasta ahora ausente- no comienza por criticar al Pacto Por México,
sino que éste debería ir mucho más allá puesto que el Pacto sólo reflejo de condiciones estructurales que anteceden.
El legislador crítico no piensa
en esta deficiencia estructural de nuestro sistema sino en los incentivos que él
tiene al interior de su partido a alinearse -o no- a cierta política, nunca
tomando en cuenta al electorado que –en teoría- se dice representar.
La debacle electoral sufrida por
el Partido Acción Nacional (el cual, además, pasa de ser gobierno a ser
oposición) y la infructífera lucha del Partido de la Revolución Democrática por
probar que por segunda vez la elección presidencial fue amañada en contra de
sus intereses son realidades que pesan fuertemente en la toma de decisiones de
Madero y Zambrano, respectivamente. Para ambos, el Pacto por México es una
excelente plataforma para posicionarse políticamente frente a un amplio
espectro del electorado del cual podrán lucrar políticamente después. Para Camacho, el Pacto por México es la estrategia
política para implementar la agenda del Presidente de la República aprovechándose
de la debilidad institucional de los partidos de oposición los cuales enfrentan
mayores costos que beneficios de no alinearse. Esta estrategia es comprensible
ya que las coordenadas de representación se dan a
partir de la mucha o poca presencia en medios de comunicación de los liderazgos
sectoriales y a la firme convicción de éstos a monólogos ideológicos, más que a
los intereses del electorado.
“El que no se mueve no sale en la
foto”, ha repetido Camacho de manera pública. El Pacto por México es sólo un
reflejo -y no la causa primera- de cómo los partidos políticos se mueven, sólo que sin México.
domingo, 10 de febrero de 2013
El idealismo alemán, o de cómo la democracia en América hizo preocuparme y empezar a amar a Constant
El objetivo del presente ensayo es convencer al lector de la existencia de la mutua implicación entre liberalismo y democracia a pesar de ser entendidos como lógicas contrarias por una larga tradición de filósofos políticos. Utilizando el desplegado teórico que Hegel hace en su “Filosofía del Derecho” para sostener su teoría del Estado, utilizaremos los argumentos expresados por Constant en su conferencia “La libertad de los antiguos comparada con la de los modernos” para matizar y replantear el orden lógico con el que expone el filósofo de Stuttgart la importancia del individuo y su reconocimiento como tal en el orden social.
Utilizaremos a Alexis de
Tocqueville y a la invaluable aportación que hace en “La Democracia en América” para ejemplificar en concreto cómo el
proceso para la confirmación de una identidad en un orden democrático radical
puede detonar sutiles mecanismos psicológicos en los individuos que resultan
ser nada favorables para la creación de un orden social armónico.
I.
El individuo y el Estado en Hegel.
La teoría política de Hegel no
contribuye a establecer las bases de la democracia ni del totalitarismo, sino
formula una crítica al liberalismo planteando la opción de un régimen
republicano o comunitarista. El método hegeliano está intrínsecamente
relacionado con su teoría política y se basa en la profunda convicción que
tiene que ver con la idea de que el progreso en general se rige siempre por la
misma dinámica: el conflicto siempre encontrará una oposición que a la larga
será superada a través de una síntesis entre ambos trascendiendo el problema.
Esto es el motor del progreso y sigue un curso unívoco y progresivo a través
del tiempo. La síntesis retoma elementos tanto del conflicto como de su
oposición y aporta elementos nuevos que no estaba en ninguna de las dos por
separado. Ser parte de algo afirmado, es la tesis. Los límites de lo afirmado,
es decir, la propia contradicción que cada tesis lleva consigo misma debido a
su insuficiencia constitutiva, es la antítesis. La trascendencia de la mutua
oposición entre la tesis y la antítesis y su superación es la síntesis. Dicha
síntesis volverá a entrar en esta dinámica nuevamente como algo afirmado, es
decir, como tesis. Esta metodología es
la que Hegel utiliza en su teoría política, misma que analizaremos a
continuación.
La conciencia construye verdades
“en sí” (no dependen del sujeto para ser ciertas) y se revelan como verdadera
para el sujeto mismo. Debido a la duda –penetración consciente de la no-verdad
de saber- la conciencia del sujeto construye verdades “para sí”. La verdad, por
lo tanto, se vuelve una verdad “en sí y para sí” que compendia y copila la
verdad que el sujeto asume subjetivamente y lo que es en realidad
objetivamente. El pensamiento que la conciencia colocaba de manera
independiente al sujeto, resulta no serlo. El Individuo y su conciencia se
enfrentan ahora al Derecho como imposición coercitiva del exterior que limita.
El resultado de este enfrentamiento dialéctico es la Moralidad, la cual incorpora
al sujeto en forma de convicción aquello que en primera instancia lo
coaccionaba. La Moralidad se enfrente ahora al Deber, fórmula fría y formal del
exterior que no emana del individuo y nada dice de él. Esta coacción externa
que se impone al individuo es superada en la forma de la Eticidad. Hegel lo
explica en estos términos:
“Pero la integración de las dos totalidades relativas en la absoluta
identidad está ya cumplida en sí, puesto que precisamente la subjetividad de la
certeza pura de sí mismo, que liberándose para sí en su vacuidad, es idéntica a
la universalidad del Bien; en consecuencia, la identidad concreta del Bien y de
la Voluntad subjetiva, la verdad de los mismos, es la Eticidad.”[1]
La
explicación del origen del Estado no está en un metafísico y abstracto estado
de naturaleza ni tampoco en un romántico e implausible momento contractual,
sino en la conciencia (por eso sólo hay Estado en seres conscientes). Mientras
más consciente es el individuo, más separado de sabe del otro y de lo que lo rodea.
Es a partir de la diferenciación con lo Otro es que uno sabe lo que no es. Este
sentimiento de “separatidad” hace surgir en el individuo el deseo de
reincorporarse en una universalidad que lo ampare y lo proteja. Erich Fromm
ilustra este sentimiento de separatidad en el surgimiento de la vergüenza que
experimentan Adán y Eva en el paraíso una vez que comen del fruto prohibido.
Sin hondar en muchos detalles, al comer del fruto prohibido, Adán y Eva sienten
vergüenza al ver sus cuerpos desnudos y experimentan la urgente necesidad de
cubrirse. Esto no sucedía anteriormente debido a que no existía este
sentimiento de “separatidad” pues los dos compartían una misma identidad. La
vergüenza surgió una vez que Adán y Eva probaron del fruto prohibido vieron que
no eran iguales y buscaron proteger esa individualidad cubriéndola frente a la
del otro. Mientras más consciente se es,
más se desea negar la propia particularidad buscando así reincorporarte en una
universalidad que afirme tu identidad individual.
Antes de
buscar el individuo elevar su particularidad abstracta a un concepto como
humanidad, el hombre y la mujer buscan afirmar su singularidad negando al otro
y negando lo otro. Esta es la lucha constante por el reconocimiento del otro,
el individuo se afirma a sí mismo a través de su no-existencia. El ser humano
se construye a través del modo en que los demás lo ven y lo reconocen. Esa es
la identidad: la imagen de lo que el individuo cree que es. Nunca se llegará a
la esencia misma del “ser” pues este reconocimiento se da a partir de un
proceso dialógico entre el individuo y las diferentes imágenes distintas que
hay sobre ese individuo. Lo “Otro” surge para Hegel como una condición
indispensable para otorgar conciencia al individuo. Es el reconocimiento de un
ser con conciencia y personalidad afianzada por parte de lo Otro, lo que otorga
identidad al individuo.
En el
enfrentamiento por el reconocimiento siempre habrá alguien afirmado y otro
negado. Es esta lucha por el reconocimiento y la sumisión al dominio que da
ligar al fenómeno por el cual surge el Estado. La afirmación y la negación, ya
sea de la conciencia o del individuo mismo frente a otro, siempre derivarán en
un proceso de tensión constante dejando nada más que carencias a ambas partes.
Lo individual y lo universal, el interés privado y el interés público, de no
existir el Estado, nunca llegarán a superar y trascender sus mismas
deficiencias. Dice Hegel:
“El Estado, como la realidad de la voluntad sustancial que posee en la
conciencia de sí individual elevada a su universalidad, es lo racional en sí y
para sí. Esta unidad sustancial como absoluto e inmóvil fin de sí misma, es
donde la libertad alcanza la plenitud de sus derechos, así como este fin último
tiene el más alto derecho frente a los individuos, cuyo deber supremo es el de
ser miembros del Estado.” [2]
La teoría política de Hegel trata
de reivindicar una solución al permanente conflicto de la experiencia humana,
que es, saberse escindido de sí mismo. Para Hegel, Kant no logró superar las
tensiones entre el querer privado y el deber público ya que únicamente
desarrollo una idea de deber impersonal, impositiva y que en nada ayuda al
individuo a reconciliarse consigo mismo y el exterior que lo rodea. Hegel asume
haber logrado sintetizar los polos en conflicto en una solución que sí supera y
trasciende sin negar una de las partes involucradas. Hegel pensaba que las
instituciones del Estado Prusiano en el siglo XIX mostraban como éstas eran
fruto de un proceso dialectico que integraba tanto la idea del querer como la
del deber sin terminar supeditando o negando alguna de ellas por encima de la
otra. El Estado de Derecho prusiano, para Hegel, era uno que integraba a la
perfección la vida civil (ámbito privado del individuo) y la vida política
(ámbito público del individuo) en un telos
compartido socialmente que no se opone a un telos individual: el fin colectivo es condición de posibilidad para
un fin individual. Hegel lo integra en la siguiente explicación:
“El interés particular, en verdad, no debe ser dejado de lado, o ser
enteramente suprimido, sino puesto en armonía con lo universal por lo cual se
alcanza a sí y a lo universal. El individuo, súbdito en cuando a sus deberes,
se encuentra como ciudadano en el cumplimiento de los mismos la protección de
su persona y de su propiedad, la preocupación por su bienestar individual, la
satisfacción de su esencia sustancial, la conciencia y la convicción de ser un
miembro de esa totalidad; y en el cumplimiento de los deberes como prestaciones
y servicios para el Estado tiene su conservación y su existencia.” [3]
Cierta clase
de bienes sólo le son accesibles al ser humano por medio de relaciones
solidarias. Los “derechos” no son la protección insular del individuo contra
las mayorías (tal y como es entendido en un primer momento por la tradición
liberal) sino como el derecho a ser igualmente reconocido. Es con el
reconocimiento recíproco la forma en que las conciencias se autoafirman sin
dominio una de la otra: juego dialéctico. No hay primacía del Derecho sobre el
Bien, pues el bien individual está necesariamente ligado al bien de los otros.
Es así como:
“El deber que obliga puede aparecer como limitación, sólo frente a la
subjetividad indeterminada, o a la libertad abstracta y frente a los impulsos
de la voluntad natural o de la moral, que determina desde su arbitrio su bien
indeterminado. Pero en el Deber tiene el individuo, más bien, su liberación;
por una parte se libera de la dependencia en que se encuentra en el mero
impulso natural (…); por otra parte se emancipa de la subjetividad
indeterminada que no llega a la existencia y a la determinación objetiva del
obrar y permanece en sí como irrealidad. En el Deber, el individuo se emancipa
y alcanza la libertad sustancial.” [4]
El
surgimiento del Estado no es contractual, sino como una condición de
posibilidad para que exista el contrato. Las decisiones morales correctas se
toman dentro de contextos sociales específicos expresando la voluntad de los
miembros para cumplir con los fines que tales contextos asignan al individuo.
Es el Estado la institución que jerarquiza lo que la sociedad espera de cada
uno y no borra las diferencias entre los opuestos sino que las concilia.
“El Estado, como lo ético, en cuanto compenetración de lo sustancial y
de lo particular, implica que mi deber frente a los sustancial es al mismo
tiempo el existir de mi libertad particular, esto es, que en él, deber y
derecho, están unidos en una sola y misma referencia.” [5]
El Estado es
así la síntesis perfecta entre la el querer individual y el deber general a
través de una eticidad, la cual es la superación última del Derecho (exterior)
y la Moralidad (interior). En el Estado, la premisa fundamental a la que deriva
este proceso es que cada individuo quiere lo que debe y debe lo que quiere: se
interioriza el deber. En términos del propio Hegel esto se explicaría de la
siguiente forma:
“Esta absoluta unidad del deber y del derecho tiene lugar solamente en
cuando igual identidad del contenido de la determinación de que este contenido
es lo absolutamente universal, esto es, un principio del deber y del derecho,
la libertad personal del hombre.” [6]
En otra cita
que me parece importante destacar, Hegel argumenta a favor de su premisa con la
que concluye la creación del Estado así:
“El derecho de los individuos para su determinación subjetiva de la
libertad, tiene su cumplimiento en el hecho que pertenecen a la realidad ética,
pues la certeza de su libertad tiene su verdad en tal objetividad, y ellos
poseen en el terreno moral, realmente, su esencia particular y su interna
universalidad.”[7]
De manera muy
breve y concisa, este sería el planteamiento que Hegel utiliza para fundamentar
la génesis del Estado y su correcto funcionamiento: alineando el interés
individual con el interés colectivo dentro de una organización social, el
individuo reconcilia sus intereses con sus deberes sin negar ni imponer uno
sobre el otro.
II.
Lo que la teoría de Hegel pasa por
alto.
En el
presente capítulo analizaremos la teoría política de Hegel con miras a
establecer una conclusión que reivindique al Estado democrático-liberal como
aquella organización social que abre la posibilidad al más amplio y mejor
desarrollo de las potencialidades humanas. Reconocemos que aunque Hegel no
escribió para reivindicar ni liberalismo ni a la democracia, encontramos en él
un importante punto que, de ser reinterpretado y recolocado a la luz de un
nuevo contexto social y político, puede sernos útil para la persecución de
nuestros fines. Este elemento es la búsqueda
de identidad y la toma de conciencia
que se genera en el individuo dentro de un contexto determinado.
Ya hemos señalado que para Hegel, la historia es un proyecto de constante
y permanente progreso. Este progreso se manifiesta en términos dialécticos. Esta
dialéctica, sin añadir nada que no hayamos dicho anteriormente, consta de dos
tesis contrarias que se enfrentan entre sí dando como resultado una síntesis
que supera y trasciende a las mismas, pero sin negar a ninguna de ellas y
añadiendo elementos nuevos. Este proceso continúa de manera ininterrumpida encaminado
hacia el Bien Absoluto, el cual consiste en la alcanzar la síntesis universal
de todos disenso sobre las cuestiones humanas eliminando así la fuente del
conflicto y, por lo tanto, la historia misma. De esta manera y bajo la óptica
hegeliana, cualquier conflicto, tragedia o disenso está no solamente
justificado sino también requerido para poder superar y trascender lo dado, ya
que sin la negación de lo que existe afirmado, no hay manera en que la historia
avance. Es así como el Estado es el lugar privilegiado para llevar a cabo la
verdadera síntesis entre las tesis enfrentadas de la subjetividad individual y
la objetividad exterior (moral y derecho) sin negar a ninguna de ellas y
aportando elementos nuevos que estén siempre encaminados a alcanzar el Bien
Absoluto como parte de un plan del cual no podemos sustraernos.
“(…) El Estado tiene una relación muy
distinta con el individuo; el individuo mismo tiene objetividad, verdad y
eticidad sólo como miembro del Estado, pues el Estado es Espíritu objetivo.” [8]
Sin esconder mi animadversión ante este sistema, me atrevo a decir que
esta filosofía bloquea bajo la autoridad de un fin último, abstracto y
trascendente cualquier acto de espontaneidad, originalidad o crítica que el
individuo pueda tener al modo en que las cosas proceden, socavando así el
disenso y sometiéndolo a pautas
establecidas y rígidas porque “así es como las cosas funcionan”. No sería justo que esta fuera la única
conclusión que extrajéramos del sistema filosófico de Hegel ya que si así
fuera, no se le estaría haciendo justicia a uno de lo mas grandes pensadores
del siglo XIX (y se pecaría de soberbia al concluir algo tan drástico), pero
también el presente ensayo no tendría razón de ser.
Hegel establece que el Estado surge a partir de la toma de conciencia
del individuo y su búsqueda incansable por reintegrarse a una universalidad que
lo ampare y refirme como individuo. Ya se ha hablado del tránsito de la
moralidad a la eticidad y cómo es que ahí el Estado es la institución encargada
de jerarquizar lo que la sociedad espera de cada uno sin borrar las diferencias
sino conciliarlas. Hegel pasa por alto varias cosas aquí, pero que sin embargo
a la luz de su sistema filosófico se mantienen coherentes. El propósito de esta
crítica es ampliar, más allá de los límites de este sistema, las
consideraciones que se tomaron por sentadas en pro de una comprensión por lo
social más amplia y general.
Tomando en cuenta la filosofía de la historia de nuestro filósofo, el
desenvolvimiento del Espíritu Absoluto a través del tiempo encontró su más
acabada y desplegada expresión en el Estado Prusiano. Todo proyecto anterior a
él había sido parte del proceso de conciliación entre contrarios que todavía no
terminaba por gestarse. A la luz de estos argumentos, Hegel asume a la génesis
del (buen) Estado como un proceso incluyente que abarcó a todos los individuos
y satisfizo por igual las necesidades de universalidad de los mismos en un
tiempo y lugar determinado (su Prusia del siglo XIX). Esto resulta ser
igualmente metafísico que la teoría contractualista de la génesis del Estado, la
cual critica y asume como equivocada.
En segundo lugar, Hegel establece que la “toma de conciencia” del
individuo sobre su “separatidad” lo hace ineludiblemente buscar reintegrarse a
una universalidad la cual es proporcionada
de manera inigualable, por todo lo señalado anteriormente, por el Estado.
Este planteamiento asume que los individuos, antes de la época moderna europea
en donde la organización del Estado como tal cobró sentido (incluso antes de la Prusia en la que nuestro
filósofo vivía), eran seres que nacían, crecían, se desarrollaban y morían sin
tomar conciencia “de sí y para otros”. Esta deficiencia los mantenía fuera de
la universalidad conciliadora del Estado y sometidos a no poder desarrollar
todas sus capacidades individuales mientras siguieran en esta condición de
forajido social. En una extensa cita, la cual me permito mostrar completa por
su claridad y relevancia, Hegel explica al Estado como
“(…) la realidad de la libertad concreta: la libertad concreta, empero,
consiste en el hecho de que la individualidad personal y sus intereses
particulares tienen, tanto su pleno desenvolvimiento y reconocimiento de su
derecho para sí (en el sistema de la familia y la Sociedad Civil) como por una
parte, se cambian por sí mismos en el interés de lo universal, y, por otra, con
el saber y la voluntad admiten como su particular espíritu sustancial y son
aptas para él como su fin último. De
modo que ni lo universal tiene valor y es llevado a cabo, sin el interés, el
saber y el querer particular, ni los individuos viven como personas privadas
meramente para esto, sin que, a la vez, quieren en y para lo universal y tengan
una actividad consciente de este fin (las negritas son mías). El principio
de los Estados modernos tiene esta inmensa fuerza y hondura: de permitir que se
realice autónomo en extremo el fundamento de la subjetividad de la
particularidad personal, a la vez, de retraerlo a la unidad sustancial
conservando de ese modo a ésta en él.” [9]
La dialéctica de Hegel para
establecer el cómo un individuo refrenda su identidad a través del choque de
autoconciencias, es tan sólida como atractiva. Nunca podremos llegar a
conocernos a nosotros mismos, sino únicamente a través de la imagen que nos
formemos de nosotros y que sea a su vez compartida por los otros. Hegel es
atinado al señalar el proceso por el cual una individualidad que busca
reafirmarse dentro de una universalidad puede ver en el Estado esa necesidad
satisfecha, pero es abusivo al pensar que el Estado es la única universalidad a
la cual los individuos buscarán reintegrarse. Para Fromm, en su libro “El Miedo
a la Libertad” esto puede ser útil para acallar ciertas dudas sobre nuestra
identidad, pero la consecuencia más nefasta de tomar este como el único curso
posible es el sacrificio de la espontaneidad y de la individualidad, misma que
se afirmar en un primer momento. Desde el punto de vista psicológico, concluiría
Fromm, “el autómata, si bien está vivo biológicamente, no lo está ni mental ni
emocional.”[10]
La “toma de conciencia” de la que
habla Hegel reduce el reconocimiento de identidades entre los hombres a un mero
atomismo limitado a un simple ser o existir. La identidad es el isomorfismo
entre lo que se piensa, dice y siente dentro de un contexto que limita pero a
la vez posibilita dichos pensamientos, dichos o sentimientos. El individuo está
inmerso en una lógica hermenéutica que lo engloba y hace recaer en él el peso
de la tradición y la costumbre. Refrendar la identidad no es sólo a partir de
lo que se es, sino cómo se es en un contexto determinado. Como hemos
mencionado, Hegel redujo este reconocimiento a un atomismo limitado que reconoce
sólo lo que el individuo es sin
incluir el cómo es de este ser.
Nuestro filósofo de Stuttgart argumentaría que este cómo ser del individuo se daría al interior del Estado, conciliando
el querer subjetivo y el deber objetivo en convicciones firmes y estarían asentadas en la eticidad que
posibilita y fomenta el Estado mismo.
“El Ethos subjetivo que se presenta en lugar del Bien abstracto, es la
substancia concreta, como forma infinita, por medio de la subjetividad. La
sustancia pone, por eso, distinciones en sí, las cuales, por lo tanto, están
determinadas por el concepto y por las que el Ethos tiene un contenido estable,
necesario para sí y es un existir elevado por encima de la opinión subjetiva y
del capricho; esto es, las leyes y las instituciones que son en sí y para sí.” [11]
El Estado no puede determinar el
proyecto personal que cada individuo debe realizar, ni tampoco pensar que el individuo
encuentra su realización plena únicamente como miembro del Estado. Nuestras
sociedades han crecido exponencialmente en el número de habitantes que la
conforman y eso ha derivado, naturalmente, en una expansión igualmente
exponencial del abanico de intereses y preferencias al interior de un Estado.
De igual manera, la génesis del Estado y las condiciones históricas y
culturales en las que se da esta génesis no obedecen a la misma lógica en todo
momento y en todo lugar. El proceso industrializador de la Europa occidental a
finales del siglo XIX y las revueltas independentistas en América a principios
del siglo XX no pueden ser abordadas bajo la óptica de una filosofía que
determina y condiciona todo suceso y toda eventualidad a un único programa
histórico ineludible e irrevocable al cual todos estamos sujetos. Simplemente
no es posible, y quien lo intente o suponga obtener éxito en dicha empresa,
vive bajo una ilusión y no es más que motivado por intereses perversos.
A esto nosotros rebatimos con la
idea de que los individuos están refrendados como parte de una –o varias-
generalidades (y no de una universalidad)
mucho antes de que ellos sean conscientes de ello, si quiera. Las tradiciones,
el peso de las costumbres, el entramado social y el ideario que de él se
desprende son elementos intangibles pero activos en la formación de
identidad(es) en los individuos que se ven inmersos en esta lógica a la que
llamamos hermenéutica. Entender nuestra ineludible (aquí sí) participación en
dicha lógica vuelve al momento del surgimiento del Estado y su organización
social una generalidad más constituida por elementos previos a él, pero a la
vez constituyente de una nueva identidad a la cual los individuos pueden incluirse
o no .El Estado y su organización social son una generalidad, no una
universalidad, de las tantas existentes de la cual los individuos pueden ser partícipes[12].
¿Dónde queda el papel del Estado
entonces? El Estado debiera ser una generalidad capaz de satisfacer el mayor
número de necesidades de los individuos
para así consolidar su primacía sobre las otras generalidades, pero sin
excluir al individuo de formar parte de alguna otra.
Lo que sí puede, es garantizar
que este proyecto personal no se vea coartado por ningún poder externo
(individual o colectivo) al individuo reconociendo en él una serie de garantías
que sólo el Estado puede proporcionar y haciéndolas efectivas. De esta manera,
el Estado obtiene primacía sobre las otras generalidades existentes al ser el
que garantiza la existencia y el respeto de esas otras generalidades y los
proyectos a los que aspiran.
Para terminar, Erick Fromm nos
ilustra, en una cita más cercana a nuestra época, la conclusión de este
capítulo de la siguiente manera:
“Esta libertad del hombre puede alcanzarla realizando su yo, siendo lo
que realmente es. ¿Es (sic) qué consiste la realización del yo? Los filósofos
idealistas han creído que la autorrealización sólo puede alcanzarse por medio
de la intuición intelectual. Han insistido en la división de la personalidad
humana, suprimiendo la naturaleza y conservando la razón. La consecuencia de
esta separación fue la de frustrar no solamente las facultades emocionales del
hombre, sino también las intelectuales. La razón, al transformarse en guardián
de su prisionera, la naturaleza, se volvió ella misma cautiva, frustrándose de
este modo ambos lados de la personalidad humana: razón y emoción. Creemos que
la realización del yo se alcanza no solamente por el pensamiento, sino por la
personalidad total del hombre, por la expresión activa de sus potencialidades
emocionales e intelectuales. Éstas de
hallan presentes en todos, pero se actualizan sólo en la medida en que lleguen
a expresar. En otras palabras, la
libertad positiva consiste en la actividad espontánea de la personalidad total
integrada.”[13] (las negritas son mías)
III.
Alexis de Tocqueville, o de cómo la democracia detona sutiles mecanismos
psicológicos para subsanar la falta de identidad individual.
La lógica
democrática a ultranza establece que es la voluntad del pueblo organizado la
que dictaminará el curso de las decisiones políticas. Se trata de atender a la
intuición que nos inclina a pensar que “siempre deberíamos de poder contar con
la posibilidad de participar en la toma de decisiones de todo aquello que nos
afecta; sentimos que las cuestiones públicas de importancia deben quedar bajo
nuestro control.”[14]
En América, la constitución del Estado bajo el orden democrático como forma de
organización política cayó en el mismo error que denunciamos en Hegel en cuanto
a su planteamiento teórico ya que, según Tocqueville:
“La mayoría preocupada por la
idea de fundar el nuevo establecimiento, había olvidado el que existía ya.”[15]
El individuo
no necesita ser parte de la “universalidad” del Estado para reconocerse y ser
reconocido como tal en el orden social. Existen muchas otras “generalidades” a
las cuales el individuo pertenece, voluntaria o involuntariamente, las cuales lo
afirman otorgándole una identidad. Cuando el orden social que promueve el
Estado, en este caso el democrático, no logra satisfacer la demanda por
identidad de los individuos, estos desarrollan mecanismos psicológicos para
subsanar ésta insatisfecha necesidad. Para poder sostener esta tesis, debemos
plantear un cierto marco teórico primero para después, sobre él, extraer las
conclusiones pertinentes.
Alexis de Tocqueville pretende encontrar el tipo de hombre que emerge
a partir de la estructura de las instituciones sociales. La tradición
filosófica anterior a él fijaba como punto de partida la existencia de una
naturaleza humana y era debido a esta naturaleza humana que el orden social se
estructuraba para adecuarse de la mejor manera a ella.
Lo que Tocqueville encuentra fascinante en la estructura americana es una
desatada pasión por la igualdad, cosa nunca antes vista en el mundo. La
igualdad, como principio de organización social del régimen democrático en
América, está consagrada desde la misma Declaración de Independencia y forma la
esencia misma del gobierno en América. Dice Tocqueville:
“No hay, a decir verdad, gobierno mixto (en el sentido que se le da a
esta palabra), porque en cada sociedad se acaba por descubrir un principio de
acción que domina a todos los demás.”[16]
En la
democracia, debido a que se alimenta por igual todas las aspiraciones de los
hombres y se prescinde de todas aquellos códigos de conducta o gremios
existentes en el antiguo régimen que proporcionaban un grado de identidad a los
hombres, la conciencia del individuo se vuelve mucho más difusa y el espíritu
de competitividad surge ferozmente entre los hombres. Si el abanico de
oportunidades se vuelve mucho más amplio en la democracia de lo que era en el
antiguo régimen, las preferencias se vuelven igualmente grandes. La democracia
genera este mecanismo de preferencias adaptativas como un subproducto de su
organización social. El problema es que el Estado es el que abre la posibilidad
oportunidades, supuestamente, a todos por igual pero no contempla su
incapacidad de poder atender a todas las necesidades por igual, con lo que el
Estado está condenado a fracasar. ¿Si no es el Estado el que garantiza la
satisfacción de mis necesidades, quién será entonces? El reconocimiento de lo
que por derecho se abre a los individuos se da desde el más estricto
aislamiento. La promoción de un excesivo individualismo al volver a cada quien
el centro minúsculo de su universo privado hace que se olvide el universo
general de la sociedad.
Renunciar a
las explicaciones causales (muy enraizadas en la teoría política de Hegel) por
reconocer unas más sofisticadas a través de mecanismos (como los que podemos
ver que suceden en la democracia americana) nos facilitará la comprensión
teórica de lo social. Los deseos son moldeados por la realidad social. Es así
como, si la realidad social ofrece la igualdad de condiciones a todos, el
individuo que adapta sus preferencias a sus posibilidades experimentará una
insatisfacción perpetua por obtener bienes y servicios.
La pasión por
la igualdad, entendida como la igual posibilidad entre los individuos de
acceder a todo, genera entre los individuos sentimientos de frustración ya que
es natural que no todos los individuos puedan acceder a todas las cosas pues
hay escasez de recursos (el tiempo es uno importante, por ejemplo). Esta frustración
inherente que conlleva la idea de que hay medios escasos pero fines ilimitados
deriva en crear el sentimiento de envidia entre aquellos hombres o mujeres que
sí pudieron obtener un bien escaso, pese a que en teoría todos están facultados
a obtenerlo. Esta envidia, generada por la frustración de no poder obtener lo
que uno quiere, genera la peor de las angustias al no ver una salida a algo que
por derecho aparenta ser tan tuyo como a cualquier otra persona. Tocqueville
comenta este fenómeno en la siguiente cita:
“Así me encontré en los Estados Unidos la inquietud del corazón, que es
natural en los hombres cuando, siendo las condiciones casi iguales, cada cual
ve las mismas probabilidades de elevarse. Encontré el sentimiento democrático
de la envidia, expresado de mil formas diferentes. Noté que el pueblo mostraba
a menudo, en la dirección de los asuntos, una gran mezcla de presunción y de
ignorancia, y llegué a la conclusión de que en América, como entre nosotros,
los hombres están sujetos a las mismas imperfecciones y expuestos a las mismas
miserias.”[17]
Es por eso
que Tocqueville ve con cierto temor lo que está pasando en América. La
libertad, es algo difícil de alcanzar pero muy fácil de perder. Los beneficios
de la libertad son accesibles solo para una mente ilustrada que sabe que dichos
beneficios surtirán efecto en el largo plazo. Los excesos de libertad, en
cambio, resultan inmediatos y evidentes para cualquier mente. Por otro lado,
las ventajas y los placeres de la igualdad se sienten de inmediato. Estos son
accesibles para toda clase de mente sin importar su preparación. Las
desventajas de la igualdad, en cambio, no son evidentes y pueden funcionar como
terreno fértil para la implementación de la tiranía. La pasión de los hombres
por la igualdad es hirviente, insaciable y eterna lo que provoca que los
ciudadanos quieran la libertad y la igualdad, y si así no pueden obtenerla, la
quieren incluso en la esclavitud. Tocqueville comenta al respecto lo siguiente:
“No digo que actualmente se haga en América un uso frecuente de la
tiranía, digo que no se descubre allí ninguna garantía contra ella, y que hay que buscar las causas de la
suavidad del gobierno en las circunstancias y en las costumbres más que en las
leyes.” [18]
La tiranía de la que Tocqueville está hablando no es la tiranía de una
minoría, sino todo lo contrario. Es la tiranía de la mayoría, entendida como la
autoridad de la opinión y el imperio moral que establece convicciones que
parecen ser inmutables y que nadie se atreve a poner en duda. Este es el mayor
riesgo que Tocqueville quiere denunciar: la pasión por la igualdad es tan
grande que se opta por conseguirla incluso a costa de la libertad.
“¿Qué es, pues, una mayoría, tomada colectivamente, sino un individuo
que tiene opiniones y con mucha frecuencia intereses contrarios a los de otro
individuo, que se llama minoría?”[19]
El individuo
no quiere saberse separado de la generalidad que lo cobija y afianza. Habiendo
una imperante y exacerbada igualdad entre los hombres, no existe nada que pueda
diferenciar a un hombre del otro. Aunado a esto, los hombres no deben
diferenciarse uno de los otros pues la regla democrática establece que el
proceder del orden social se hará basando sus decisiones en la regla de
mayoría. El dilema está en que al ser todos iguales, no puede haber disenso en
cuanto a lo que la mayoría quiere, porque entonces ya no serían iguales y
habría necesidad de excluir o de someter. Los mecanismos psicológicos que este
doble juego de la igualdad generan en el individuo derivan en conclusiones
terribles. Tocqueville anuncia esas conclusiones al decirnos lo siguiente:
“(…) Pero en las repúblicas democráticas, no es así como procede la
tiranía; abandona al cuerpo y va derecha al alma. El amo ya no dice: Pensaréis
como yo, o moriréis, dice: Sois libres para no pensar igual que yo; vuestra
vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis; pero a partir de este día seréis
unos extraños entre nosotros.”[20]
Con un
ejemplo concreto, Tocqueville ilustra la tiranía de la mayoría sobre los individuos.
Aquí la cita completa:
“En América, la mayoría traza un círculo formidable alrededor del
pensamiento. Dentro de esos límites, el escritor es libre; pero pobre de él si
se atreve a salir de ellos. No es que tenga que temer un auto de fe, pero se enfrenta
con disgustos de todos los géneros, y con persecuciones de todos los días. La
carrera política le queda cerrada: ha ofendido al único poder que tiene la
facultad de abrirla. Se le niega todo, hasta la gloria. Antes de publicar sus
opiniones, creía tener partidarios; le parece que ya no los tiene, ahora que se
ha descubierto ante todos; porque los que le censuran se expresan en alta voz,
y los que piensan como él, sin tener su valor, se callan y se alejan. Cede, se
pliega por fin ante el esfuerzo de cada día, y vuelve al silencio como si
sintiese remordimientos de haber dicho la verdad.” [21]
Estos
mecanismos psicológicos en concreto pueden detonar una severa falta de empatía
y una ausencia marcada de solidaridad entre los individuos. Un ejemplo ilustrativo
de esto es la muy racionalizada pero típica manera de explicar la pobreza en
nuestro país: “los pobres son pobres porque quieren.” Esta lógica encierra por
detrás un mecanismo psicológico, entre muchos otros, que hace referencia a la
idea que aquellas personas que no gozan de una condición económica digna, tal y
como la supondría la igualdad entre los hombres y mujeres, es porque se han
aferrado en ir en contra de lo que tenían que hacer y han decidido, por lo
tanto, estar así. El individuo se desentiende del problema y sigue adelante su
vida, porque sabe que si no es él el que hecha andar su proyecto de superación
personal, nadie más lo hará. La única garantía que existe en el estado
democrático es que el abanico de posibilidades está abierto de igual manera
para todos y para todas. ¿Quién conseguirá obtener la mejor parte, o incluso,
parte alguna en el reparto de la vida? Eso ya es problema del individuo.
“Cuando un hombre o un partido sufren una injusticia en los Estados
Unidos, ¿a quién quieren que se dirija? ¿A la opinión pública?, ella es la que
forma la mayoría; ¿al cuerpo legislativo?, representa a la mayoría y la obedece
ciegamente, ¿al poder ejecutivo?, la fuerza pública no es otra cosa que la
mayoría bajo las armas; ¿al jurado?, el
jurado es la mayoría revestida de derecho a pronunciar sentencias: los jueces,
en ciertos Estados, son elegidos por mayoría. Por inicua e irrazonable que sea
la medida que os afecta, tendréis que someteros a ella.” (Las negritas son mías)[22]
La falta de
solidaridad, la incapacidad de sentir empatía por el otro, no hablemos de la
voluntad de un individuo de perdonar a otro,
son parte de estos mecanismos psicológicos que se detonan al interior de
una democracia que al prometerlo todo, no otorga nada: los individuos pueden
obtener todo (en potencia son iguales), pero ya no es responsabilidad del
Estado garantizar que se obtengan beneficios por igual a los ciudadanos (en la
realidad son desiguales). Esta realidad tan cruda que se vive, dentro de un
esquema que prometía todo lo contrario no puede ser llamado de otra manera más
que esquizofrénica. Entonces, para poder ser lo que uno quiere ser, no se puede
depender de nadie (la solidaridad es inexistente) ni de nada (la protección
estatal es nula) más que de uno mismo (individualismo rampante). Si le
preguntáramos a Tocqueville, me parece que su respuesta sería la siguiente:
“Esto es verdad sobre todo en los Estados democráticos, organizados
como las repúblicas americanas, donde la mayoría posee un imperio tan absoluto
y tan irresistible, que es preciso, en cierta manera, renunciar a los derechos
del ciudadano, y, por así decir, a la
cualidad de hombre, cuando se quiere uno apartar del camino que ha
trazado.”(Las negrita son mías) [23]
Los hombres
son ellos y sus circunstancias, diría Ortega y Gasset. La idea de una
naturaleza humana queda descartada por completo en el razonamiento de
Tocqueville. Esto está ampliamente sustentado con la experiencia de los Estados
Americanos y su democracia, al demostrar que existe una correlación directa
entre la estructura política y los individuos que se desarrollan al interior de
esa estructura. La democracia radical tiene efectos perversos en la naturaleza
del hombre, pues la repliega y la limita a preocuparse únicamente por sí misma
y no por el entorno social que lo rodea. Es comprensible y no puede exigirse
otra cosa, dado el contexto que condiciona la existencia de estos mecanismos.
El propósito de este ensayo es aportar al análisis de lo social (generalmente
enfocado en las leyes, el régimen político, la economía, el dato duro y la
estadística regresiva) aquellos elementos sutiles, pero de suma trascendencia,
que suceden al interior de un contexto. Para poder establecer un programa
emancipador, primero se deben aclarar las cadenas que lo sujetan.
“Así pues, no sólo las democracias hace olvidar a cada hombre sus
antepasados, sino que le oculta de sus descendientes y le separa de sus
contemporáneos; le conduce sin cesar hacia él solo, y amenaza con encerrarle,
en fin, por completo, en la soledad de su propio corazón.”[24]
Cuando el
Estado de Derecho, el supuesto órgano rector y garante de mis libertades
políticas, es tan débil como corrupto, ¿qué otra institución queda que pueda
ofrecerme la identidad que mi individualidad reclama? Pueden ser una de tantas,
pero el peligro esta cuando esa institución va en contra del Estado mismo. En
nuestro país es claro que el crimen organizado a tomado control sobre un gran
porcentaje de los municipios. Más allá del poder de compra que dichas
organizaciones poseen para sobornar a la autoridad y el nivel de armamento
utilizado para desestabilizar el orden social, dentro de su éxito está el sutil
mecanismo psicológico que queremos revelar existe en los individuos en estas
situaciones.
El crimen
organizado tiene reglas claras y distintas que ofrecen previsibilidad a la vida
de los miembros de tal o cual cártel. Cosa que el Estado mexicano actualmente
no puede garantizar. El crimen organizado ofrece la protección física de sus
miembros y también el cobijo de pertenecer a una “generalidad” que otorga
identidad al individuo. El Estado mexicano no puede ofrecer esta protección
física, por lo tanto, el sustento mínimo indispensable que justifica su
existencia se desmorona. Los derechos que una persona tiene al interior de una
organización criminal vienen acompañados de claras obligaciones que son parte
del “contrato” al cual se adhieren una vez dentro: realizar tal o cual trabajo
representa una ganancia económica y una seguridad social garantizada por la
organización; sin embargo, no cumplir con el trabajo o tratar de engañar a
quien te provee de los beneficios de estar dentro de una organización y las
consecuencias serán efectivas y expeditas. Sin ningún juicio moral ni
valorativo, el crimen organizado es una institución mucho más eficiente y
efectiva que lo que el Estado mexicano es actualmente. Eso es lo que lo hace
tan atractivo a ciudadanos cuya existencia como “ciudadanos” del Estado no ha
sido otra que la de constantes atropellos y corruptelas. Corregir esto requiere
un trabajo y una voluntad política proveniente desde las más altas esferas de
toma de decisiones, de lo contrario, el cambio provendrá una vez que el Estado
mismo haya colapsado y tengamos que reconstruir todo de nuevo.
Conclusiones.
El individuo
se hace, no por mera intuición intelectual a través de un solipsismo sobre su
propia conciencia, sino por un proceso
integral que agrupe tanto la realidad exterior que impone un orden, como una
realidad interior que adopta ese orden. El ser humano es libre sólo dentro de
un contexto normativo que limita, regula, pero a la vez posibilita y faculta la
realización de tanto derechos como obligaciones al interior de un orden social.
El individuo, tal y como el agua, no es libre si está regado sin orientación,
pues el agua sólo se dice que corre libremente
cuando está encausada por la afluente de un río.
Benjamin
Constant nos ofrece la reivindicación que estamos proponiendo en el párrafo
anterior. Constant entiende que la libertad para el moderno y la libertad para
el antiguo son muy distintas entre sí. Constant define así la libertad para el
moderno:
“El derecho de no estar sometido sino á las leyes, no poder ser ni
detenido, ni preso ni muerto, ni maltratado de manera alguna por el efecto de
la voluntad arbitraria de uno ó de muchos individuos.” [25]
La libertad
para el antiguo, en cambio, es:
“Ejercer colectiva pero directamente muchas partes de la soberanía toda
entera. (…) Ellos admitían como compatible con esta libertad colectiva la
sujeción completa del individuo a la autoridad de la multitud reunida.”[26]
La libertad
de los modernos en comparación a la libertad de los antiguos opera bajo una
lógica completamente opuesta. A cambio de la intromisión de la comunidad al
ámbito privado, el antiguo tenía una gran injerencia en los asuntos colectivos.
Siendo soberano en los asuntos públicos, permanecía como esclavo en los asuntos
privados. En cambio, el moderno opera bajo la lógica de ser un esclavo en los
asuntos públicos pero manteniéndose soberano en los asuntos privados. Como participante
en la vida social, el antiguo era poderoso. El moderno es desterrado de
cualquier participación en la vida social y limitado a su muy inmediata esfera
individual.
En la
Antigüedad, la soberanía colectiva era algo muy real y específica, no un ente
abstracto de corte romántico.
“La voluntad de cada uno tenía una influencia real, y el ejercicio de
esta misma voluntad era un placer vivo y repetido: por consecuencia los
antiguos estaban dispuestos a hacer muchos sacrificios por la conservación de sus
derechos políticos.”[27]
El moderno no
sería capaz de renunciar a la soberanía individual en nombre de la soberanía
colectiva pues no existe en nuestro esquema de razonamiento la idea de que este
intercambio sea compensatorio.
“Esta indemnización no existe hoy
para nosotros: perdido en la multitud el individuo, caso no advierte la
influencia que ejerce: jamás se conoce el influjo que tiene su voluntad sobre
el todo, y nada hay que acredite á sus propios ojos su cooperación. El
ejercicio de los derechos políticos no nos ofrece, pues, sino una parte de los
goces que los antiguos encontraban; y al mismo tiempo los progresos de la
civilización, la tendencia comercial de la época, la comunicación entre los
pueblos entre sí han multiplicado y variado al infinito los medios de la
felicidad particular.”[28]
El moderno es más adicto a su independencia
que lo que eran los antiguos. La democracia, en la antigüedad, consistía en
distribuir equitativamente el poder otorgando a todos el mismo peso de
influencia en el ámbito de la deliberación pública. En la modernidad, esta
consiste en tener la certeza jurídica del respeto a tu ámbito privado por parte
del colectivo. La soberanía era pública en el primer caso. En el segundo, la
soberanía individual lucha en contra de la pública. A la luz de este recuento
histórico, es natural que exista un deseo de nostalgia por volver a gozar de
gran poder e influencia en los asuntos políticos.
“Es muy difícil el no echar de menos y desear aquellos tiempos en que
las facultades del hombre se desenrollaban en una dirección trazada
anticipadamente, pero que producía el valor de sus individuos, un
convencimiento de la superioridad de sus propias fuerzas, y un sentimiento
inconcebible de energía y de dignidad; por lo cual si uno se entrega á semejantes
emociones, es imposible no querer imitar aquello mismo.”[29]
La retórica
de Constant esboza una realidad política que vista desde nuestros días se
vuelve muy seductor el querer implementarla tal cual. Es el mismo Constant el
que advierte que esta idea de regresar a la época pre-moderna es tanto
impensable como imposible. Los individuos han obtenido una serie de derechos
infranqueables los cuales toda institución debe respetar. Alimentar una libertad
fuera de nuestros tiempos es promover la tiranía, pues sacrificando la libertad
individual por la libertad colectiva es la mejor manera para sustraer al
individuo de las dos. Cuando nosotros vivimos en gobiernos abusivos
“sin ser fuertes, eran opresores, absurdos en principios y miserables
en su acción; gobiernos que tenían por recurso la arbitrariedad, por objeto el
achicamiento de la especie humana, y que ciertos hombres á pesar de todo se
atreven hoy a elogiar, como si jamás hubiésemos sido testigos y víctimas de su
obstinación, de su impotencia y de su destrucción.”[30]
La ley por lo
tanto debe ser un punto medio entre el actuar general y el individual. No se
debe disociar por completo la ley de la voluntad general pero esto debe hacerse
sin atropellar la libertad individual. Los tiempos modernos exigen otra
ingeniería constitucional para delimitar los campos de acción de los individuos
al interior de una sociedad. Los modernos sólo pueden ejercer la soberanía
colectiva si se ve garantizada su soberanía individual primero. Esta es la
tesis principal la cual buscamos reivindicar una vez expuestos los argumentos
contrarios que pensaba que la soberanía individual se daba ejerciendo la
colectiva de manera simultánea (Hegel). Es menester ratificar la soberanía
individual primero, garantizándole al individuo el marco jurídico de su propia
individualidad, para después poder esperar que la soberanía colectiva sea
ejercida. De no ser así, hemos visto que existen mecanismos psicológicos que se
detonan en el individuo para compensar la inexistencia de un marco que los
ampare y los proteja, dando como resultado una mínima defensa en contra de la
tiranía y la opresión que se vive al interior de una organización social como
tal (la democracia en América).
“Nosotros somos modernos, que queremos gozar respectivamente de
nuestros derechos; desenvolver cada uno nuestras facultades como mejor nos
parezca, sin hacer daño á otro; velar sobre el desarrollo de estas facultades
en los hijos que la naturaleza confía á nuestro amor, tanto más ilustrado,
cuando que es mas vivo, el cual por lo mismo no tiene necesidad de la autoridad
sino para obtener los medios generales de instrucción que puede reunir.”[31]
Hemos llegado
a la fórmula ganadora para establecer un sano y coherente estado social. Este
entiende es necesario otorgar al individuo ciertas libertades individuales con
el mismo poder de hacerlas valer como obligatorias ante la autoridad, para que
éstos puedan ingresar al ejercicio democrático. De la misma manera, el ejercicio
democrático es indispensable para garantizar la existencia y la persistencia de
las libertades individuales a través del ejercicio de la soberanía colectiva.
El punto medio entre un gobierno que reconoce al individuo como la fuente de
toda autoridad que de la misma manera no bloquee el ejercicio de la soberanía
colectiva para modificar ciertas garantías o prerrogativas del individuo al
interior del orden social.
“Lejos de nosotros, pues, el renunciar á ninguna de las dos especies de
libertad de que he hablado. Es necesario, como he demostrado, aprender a
combinar la una con la otra. Las instituciones deben cumplir los destinos de la
especie humana; y tocan tanto mejor su objeto, cuanto que elevan el mayor
número posible de conciudadanos a la más alta dignidad moral. “ [32]
Como
conclusión, tanto en el orden jurídico, político, económico como en el
cultural, social, psicológico podemos encontrar mucho campo de estudio que nos
permita entender y reconocer que el fenómeno de lo social generalmente es uno
el cual no podamos enfrascar ni en conceptos, ni en palabras y mucho menos en
teoremas rígidos y pragmatistas. La democracia, entendida en su más radical
versión, detona en el individuo los sentimientos de egoísmo e individualidad
que para nada pueden ser atribuidos a una supuesta naturaleza humana. Lo
esperanzador es que el fenómeno de lo social está basado en construcciones
hechas por los mismos individuos que participan en dicho fenómeno. Para poder
desarrollar un proyecto emancipador, primero hay que denunciar y velar cuáles
son las trabas que nos mantienen oprimidos. Nuestra incapacidad de perdonar al
otro, en una democracia, es imposible. ¿Por qué habríamos de dejar que una
persona que trasgredió mi esfera individual no reciba un castigo justo? Si
todos estamos igualmente posibilitados a las mismas cosas, si aquella persona
lastima o hiere a otra, esta tiene el mismo legítimo derecho de responder en
sentido contrario en búsqueda de subsanar ese perjuicio. Por mencionar uno,
pero también podría estar la falta de solidaridad, el goce por la desgracia
ajena, el inexistente desarrollo de proyectos en común, etc. La ingeniería
constitucional no contempla que, a final de cuentas, los individuos no somos
agentes pasivos a la espera de recibir órdenes, sino que somos un “chorro
ininterrumpido de novedades”, como diría Bergson. Antes de querer participar en
el plan maestro de la universalidad, buscamos refrendar quién y qué somos.
Si
no tomamos en cuenta que el ser humano entre sus más básicas necesidades está
la de ser reconocido como un portador de derechos, cualquier intento por
desarrollar una teoría sobre lo social es incompleto.
Termino con
Heidegger. Sin duda, su tiempo sigue vigente.
“Toda determinación de la esencia del hombre que
sabiéndolo o no presupone ya la interpretación de lo ente sin plantear por la
verdad del ser es metafísica.”
Y la gente no come metafísica…
[1] Hegel,
Jorge Guillermo Federico, Filosofía
del Derecho, México, Editorial Tribunal Superior de Justicia del Distrito
Federal, 2007, pg. 154
[2] Hegel, Jorge
Guillermo Federico, Filosofía del
Derecho, México, Editorial Tribunal Superior de Justicia del Distrito
Federal, 2007 pg. 220
[4] Hegel, Jorge
Guillermo Federico, Filosofía del Derecho, México, Editorial Tribunal Superior
de Justicia del Distrito Federal, 2007 pg. 160
[5] Ibid, pg. 225
[6] Ibid, pg. 225
[8]
Hegel, Jorge Guillermo Federico, Filosofía del Derecho, México, Editorial
Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, 2007 pg. 221
[9]
Hegel, Jorge Guillermo Federico, Filosofía del Derecho, México, Editorial
Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, 2007 pg. 224
[10] Fromm,
Erich, El miedo a la libertad, España,
Editorial Paidós, 1980, pg. 281
[11]
Hegel, Jorge Guillermo Federico, Filosofía del Derecho, México, Editorial
Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, 2007 pg. 157
[12] Un ser
humano puede ser reconocido como ciudadano del Estado mexicano al cumplir los
18 años y tramitar su credencial para votar; puede ser reconocido como hombre
en la comunidad judía a los 13 años después de haber realizado su Bar Mitzvah;
puede ser reconocido como Licenciado en alguna especialidad una vez terminados
los cursos requeridos para otorgar dicho título en una institución educativa.
En fin, el individuo puede ser partícipe de muchas generalidades que reconocen
y afirman su individualidad
[13] Fromm,
Erich, El miedo a la libertad, España,
Editorial Paidós, 1980, pg. 284
[14] Curcó
Cobos, Felipe “Derechos,
Constitucionalismo y Democracia” en Los
derechos económicos y sociales. Una mirada desde la filosofía [Dieterlen,
Paulette (comp.), México, Universidad Autónoma de México, Instituto de
Investigaciones Filosóficas, 2010, pg 70]
[15]
Tocqueville, Alexis de, La Democracia en
América, México, Editorial Gernika, 2008, pg.161
[16] Ibid, pg.162
[17]
Tocqueville, Alexis de, La Democracia en
América, México, Editorial Gernika, 2008, pg.212
[18]
Tocqueville, Alexis de, La Democracia en
América, México, Editorial Gernika, 2008, pg.161
[19] Ibid, pg.162
[20] Ibid, pg.168
[21]
Tocqueville, Alexis de, La Democracia en
América, México, Editorial Gernika, 2008, pg.168
[22] Ibid, pg.164
[23] Tocqueville,
Alexis de, La Democracia en América,
México, Editorial Gernika, 2008, pg.172
[24] Ibid,
pg. 287
[25]
Constant, Benjamin De la libertad de los
antiguos comparada con la de los modernos, México, 1988, pg. 4
[26] Ibid,
pg. 5
[27]
Constant, Benjamin De la libertad de los
antiguos comparada con la de los modernos, México, 1988, pg. 9
[28] Ibid pg.
10
[29] Ibidem
[30]
Constant, Benjamin De la libertad de los
antiguos comparada con la de los modernos, México, 1988, pg. 11
[31] Ibid, pg.
16
[32] Ibid,
pg. 20
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