La ridícula complacencia del DF: el caso Aleph

De repente parece que en este país no matan periodistas.

Sin titubear, se lanzan vituperios en contra de la decisión de Aleph por esconderse a motu proprio para proteger su vida y la de su familia.

Así, sin más, se olvida que en este país existe una práctica sistemática de criminalización de la protesta y de persecución a defensores de derechos humanos (¿Y qué creen? ¡La libertad de expresión es un derecho humano!)

Estudios serios sobre psicología social (los de Thomas Gilovitch, por citar un ejemplo) demuestran que la manera de procesar la información de los seres humanos ante un fenómeno de enorme envergadura (la presunta desaparición forzada de un vocero del 132 en Ensenada) se hace de tal manera que la causa del problema debe tener un efecto de consecuencias o una resolución de igual magnitud. Es decir, el razonamiento insensible del ser humano -no hay juicio de valor- no puede validar que ante una situación en donde se presumía a una persona desaparecida por la fuerza, esta apareciera en perfecto estado de salud y en cabal integridad física. No. Tenía que aparecer en una fosa séptica, descuartizada, con muestras claras de tortura y un narcomensaje  al gobernador de Baja California en donde se hiciera alusión a sus vínculos con tal o cual cártel. Sólo así podría haber sido válido tanto alboroto para encontrarlo. De otra manera, sólo se hizo el ridículo.

Claro, porque desde la burbuja socioeconómica del Distrito Federal es imposible imaginar porqué una persona decidiría irse así, sin avisar y de la nada, de su ciudad para esconderse. Y ese es la más grave tragedia que enfrenta la sociedad mexicana actualmente.

Acostumbrados a la barbarie, pareciera que los “finales felices” -lejos de la parafernalia mediática y el morbo ciudadano- son cosas que no valen la pena hacer notar. Debe haber sangre, dolor, tragedia y además debe haberla en tal magnitud que se justifique la preocupación por una persona. Porque claro, como en este país la vida humana tiene un valor tan rebajado y miserable, el caso de Aleph al final del día es el de sólo una persona.

El contexto de inseguridad (tal y como lo relata la ficha técnica elaborada por la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste http://www.antonioattolini.blogspot.mx/2012/09/aleph-jimenez-dominguez-ficha-tecnica.html) que Aleph vivía en Ensenada llevó a determinar que el peor de los escenarios posibles era el de una desaparición forzada. Repito, el peor. Es así como, siendo la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste un organismo serio, se detonaron los protocolos de seguridad esperando el peor de los escenarios. Si no terminó siendo una desaparición forzada, ¡qué mejor! Pero el pensar que Aleph había sido víctima de una desaparición forzada no se basa en una mera especulación, sino en la determinación puntual de un organismo dedicado a la protección de defensores de derechos humanos que, valorando el contexto que se relata en la ficha técnica, decidió considerar así la situación. La movilización política en el interior de los Estados no tiene la protección de una guardia pretoriana de medios de comunicación como la que tenemos en el Distrito Federal. Las alianzas partidistas en el interior de la República son torcidas, mañosas y muy perversas. ¿Cómo no esperar que la movilización de personas en nombre del 132 -una organización que enfrenta directamente al gobierno entrante- no pueda incomodar a algún mono con pistola? En el interior de la República, la historia es otra.

¡Qué tamaño cojones han tenido algunos medios de comunicación! ¿Demeritando el caso de Aleph porque no era “tan grave”? En una situación así y con vacíos de contenido como los que naturalmente existen, no hay tiempo para ponerse a discutir si vale la pena o no movilizarse. La vida humana tiene valor en sí mismo y es enorme: sin vida no puede haber nada más. Es así como la mera percepción de inseguridad bien vale la pena para la movilización (se llaman “medidas precautorias”) hasta llegar a la amenaza real y fehaciente (se llaman “medidas cautelares”). Quienes nos movilizamos demostramos un compromiso por la vida humana dejando de lado las discusiones políticas sobre si era grave o no. 

Ya ni la amuelan.