¿Quién es Casandra y por qué grita?

En la mitología griega Casandra fue hija de los reyes de Troya y sacerdotisa del templo de Apolo con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, la sacerdotisa rechazó el amor del dios. Éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: Casandra seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos.

Tiempo después, Casandra previó la caída de Troya y todo por lo que luchaba, pero le fue imposible prevenirlo: tal era la maldición de Apolo. Pese a su anuncio repetido e insistente de la inminente desgracia porvenir, ningún ciudadano ni sus propios padres dieron crédito a sus vaticinios.

domingo, 20 de enero de 2013

Peña Nieto presidente, ¿y ahora


“Que vivan los estudiantes
que rugen como los vientos
cuando les meten al oído
sotanas o regimientos,
pajarillos libertarios
igual que los elementos.
Caramba y zamba la cosa,
que vivan los experimentos…”
-Mercedes Sosa

Habemus presidente. Y la referencia al cónclave papal no es menor. La hago porque así pareciera que fue el proceso por el cual el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación falló (ahí cada quien agregue su interpretación del verbo) la semana pasada para resolver el resultado de la elección presidencial. Los sacrosantos magistrados (infalibles en moral, fe e interpretación del Derecho Electoral)  se reunieron a sopesar la evidencia reunida y la documentación recabada sobre el caso que propugnaba la invalidación de la elección presidencial. En el silencio de sus reflexiones y después de largas horas de deliberación, determinaron con el más estricto apego a Derecho que el ganador irrefutable es Enrique Peña Nieto. Ahora bien, lanzo la siguiente pregunta: Si tuviéramos que hacer un cuadro sobre este episodio de la historia de México, ¿qué estilo sería el que mejor lo representaría?

Sin duda alguna el surrealismo. La prensa internacional (especialmente francesa y alemana) no lo puede creer. ¿Cómo es que un pueblo puede regresar al poder político al partido que tanto daño le causó a su país durante tanto tiempo? Peor aún y esto lo digo yo, ¿cómo se puede validar un proceso electoral tan podrido y nauseabundo como el vivido el pasado julio? Validando una elección así lo único que se hace es institucionalizar la corrupción rampante que se vive –y al parecer se seguirá viviendo- en los procesos electorales mexicanos. Ya no importa por quién se votó, sino cómo se voto y ese cómo no fue el de un ambiente ni de libertades ni de secrecía. Bueno, ¡si hasta el mismo Presidente reconoció la compra y coacción del voto en la elección de Michoacán en donde su hermana perdió la gubernatura! 

Con este apunte previo quiero decir: el Tribunal Federal no falló, fallaron los magistrados.

Escribe Enrique Dusserl en La Jornada el día 2 de septiembre: “Todos los jueces acordaron como estrategia argumentativa elegir un camino formalista y desechar todas las pruebas por no ser acordes con la legislación vigente del debido proceso. Es decir, en verdad material y real no juzgaron nada, sino que nulificaron todas las pruebas de las acusaciones y ni entraron en materia.”

Hombres de carne y hueso que han olvidado lo mucho que le ha costado a este país construir instituciones. El derecho político a ser representado a través del voto en este país es una vacilada. Mi voto no cuenta como traductor de preferencias, sino como simulador de mayorías al servicio de una oligarquía política que ha instaurado al saqueo y a la pauperización de la calidad de vida del mexicano promedio. Si las instituciones no me responden y mi voto no tiene poder para hacerlas cambiar, ¿qué queda por hacer?

 Según Norberto Bobbio, una de las promesas no cumplidas de las democracias consolidadas modernas se resume con la siguiente interrogante: ¿quién vigila a los vigilantes? Y más importante aún, ¿cómo se vigila a los vigilantes? Esta es la cultura de la rendición de cuentas que no ha germinado en México. Si bien ya contamos con el IFAI y su Ley de Transparencia, aún falta mucho por recorrer para llegar a la verdadera rendición de cuentas que se necesita. Y es fácil entender porqué. Durante 70 años en México la única forma de hacer política era o bien, estando dentro de la estructura corporativista del Partido de Estado (arquetipo Fidel Velásquez) o bien, en la clandestinidad oculto en la sierra de Guerrero armado hasta los dientes (arquetipo Lucio Cabañas). En medio de este espectro nunca existió –ni existe todavía- una sociedad civil que opere como contrapeso ciudadano con el suficiente peso político para presionar las reformas necesarias sin recurrir a hacer uso de la violencia. 

Hoy, alinear los intereses de las organizaciones civiles a las agendas de un Partido es un suicidio en términos de construcción de democracia. Los partidos políticos mexicanos –todos por igual- conforman una mafiocracia opaca y corrupta que no ve por los intereses de nadie más que los de sus allegados (y eso, a veces). Pensar optar por la vía violenta tampoco es una opción. La violencia ya está instalada en todo el país y la tragedia, el dolor y la barbarie no puede ser justificada en nombre de un bien abstracto e inmanente, mucho menos en nombre de un programa político. Es hora de hacer las cosas distintas. Es hora de hacer un experimento. 

Aquí les va:

El programa de lucha debe concentrarse en articular a la sociedad civil de la mejor manera para que ésta pueda subir hasta la cúpula del poder –ya que ellos han decidido no bajar-, encararlo y reclamar lo que por derecho es suyo: luminarias, drenaje, servicios de salud, educación de calidad, espacios comunitarios, etc. En México suena a ciencia ficción pero esto es lo que los países con democracias consolidadas hacen ya como parte de su cultura cívica. La sociedad civil debe pasar a entenderse como contralores que hagan efectivo los derechos a los que estamos sujetos y no como simples simuladores de resistencia que sólo terminan por alinearse a los intereses de los que, en teoría, estaban confrontando en un primer momento.
Hoy, esa oportunidad la tenemos los estudiantes. Herederos de una generación que no hizo lo suficiente por el país, los estudiantes de este país debemos regresarle algo a nuestra Patria no como caridad sino como responsabilidad histórica. 

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